Japón día 7
Traslado Kyoto – Miyajima
15 DE MARZO DE 2018
Nos despertamos a las 6. Teníamos el desayuno a las 6:15 y el check-out estaba previsto para las 7. Una hora más tarde estábamos cogiendo el shinkansen con destino a Hiroshima y nuestras maletas llevaban el sentido contrario, las enviamos mediante takkyubin al último hotel en Tokyo, así que sólo cargamos una pequeña mochila para la noche que pasaríamos en la isla.
El tren nos dejó en la estación central en 2h, allí cambiamos de vía para coger el cercanías hasta Miyajimaguchi. A pocos metros de la estación, está todo muy bien indicado, se encuentra el amarre de los ferries que llevan a Miyajima.
El billete está incluido en el JRPass, son 10 minutos de trayecto y dependiendo del horario, el barco pasa junto al gran torii flotante que ha hecho famosa a la isla (podéis encontrar los horarios del ferry a Miyajima en su web y en la entrada cómo moverse en Miyajima). Nosotros tuvimos suerte y pudimos subir a uno de esos ferries.
Después de los días de sol y buena temperatura de Kyoto, nos encontramos con un tiempo frío y lluvioso en la isla. Aún así las cumbres tapadas por la niebla le daban un aspecto especial. Esto hizo que cambiásemos los planes, ya que teníamos previsto subir al mirador del monte Misen a ver el atardecer y nos recomendaron no hacerlo ya que la visibilidad era casi nula, además del viento y el frío.

Al bajar del ferry nos esperaba el señor Watanabe, dueño del ryokan en el que nos alojábamos (tenéis una entrada con los consejos sobre dónde dormir en Japón). Nos llevó en su coche hasta el hotel, nos ofrecieron un té y un manju-momiji (bizcochito con forma de hoja de arce relleno de pasta de judías, típico de la isla), mientras hacíamos el check-in. Nos enseñaron la planta baja y nos pidieron que eligiésemos una de las 3 salas privadas que tienen para darnos la cena y el desayuno (cada una de las 3 habitaciones elige una de las salas para las comidas). Cuando subimos a la habitación nuestras mochilas ya estaban allí, nos explicaron como funcionaba el ofuro y aprovechamos para refrescarnos y descansar un poco antes de salir a ver la zona.
El Watanabe Inn es un ryokan, hotel tradicional japonés, regentado por un matrimonio con varios hijos, el trato es inmejorable. Está situado en una zona tranquila junto al río pero a solo 5 minutos del gran torii. Os recomendamos a todos que si vais a Miyajima os alojéis allí (mil gracias a Ana e Iván por la recomendación).
Bajamos hacia el santuario Itsukushima, para verlo desde fuera y acercarnos a ver el torii desde las orilla. Nos entretuvimos viendo las tiendas de productos locales que abundan por la zona, subimos a ver la pagoda de 5 pisos del santuario Toyokuni y estuvimos haciendo fotos a los ciervos que poblan la isla y que son extremadamente amigables. Nos tomamos la libertad de criticar en silencio a los turistas que los alimentaban con dulces o bocadillos, una vez más insistimos #turismoresponsable.
Los ciervos se acercan a los turistas buscando comida, nosotros recogimos flores de los cerezos de alrededor, que encontramos en el suelo y se las dimos de comer, las devoran, debe ser un aperitivo exquisito para ellos.

Hicimos varias fotos al torii, pero como ya era tarde y la marea estaría en bajamar completa a las 15:33, decidimos ir a comer a un local especializado en okonomiyaki que habíamos localizado al bajar del hotel.
Al principio nos pareció un plato bastante «guarro», una crêpe cubierta con col rallada, brotes de soja, arroz inflado, bacon, huevo, fideos, salsa okonomiyaki, cebolleta, queso y katsuboshi. Pero el sabor nos encantó, podríamos alimentarnos de ellos a diario. Tuvimos la suerte de sentarnos en la barra, sobre la plancha, pudiendo ver como se cocinan. Fueron muy simpáticos y nos dejaron hacer tantas foto y vídeos como quisimos. Los dos platos con agua del grifo costaron 1200 yenes (9 €) cada uno. Muy recomendable.

Al salir, seguimos la orilla de la playa alejándonos del templo, hacia la izquierda del torii y bajamos a la arena por la parte contraria a la mayoría de turistas. La marea ya estaba bajando y pudimos acercarnos a la base de la puerta sagrada.
De cerca se puede apreciar la majestuosidad de la construcción. Está hecha de grandes troncos de madera, se necesitarían 3 adultos para rodearlos con los brazos. No es de extrañar que sea uno de los imprescindibles que ver en Miyajima. Nos alejamos un poco para hacer fotos a una mujer que recogía algún tipo de molusco en la arena aprovechando la marea baja.

El tiempo cada vez era más frío, así que volvimos sobre nuestros pasos y entramos en un café que vimos cerca de la orilla. Un sitio muy tranquilo y con unas vistas chulísimas del torii. Decorado como un café del SoHo neoyorquino y con carta de cafés y tartas. Nos resultó un poco caro, pero entrar en calor con esas vistas valió la pena.

Con el calor en el cuerpo, nos dirigimos hacia la calle comercial de la isla, repleta de restaurantes y tiendas. Llaman la atención los locales en los que cocinan ostras a la brasa a pie de calle (otro plato típico y muy apreciado).
Continuamos por el paseo marítimo hasta la terminal de los ferries y bajamos a la playa donde había unos cuantos ciervos acicalándose. Regresamos hacia el torii y el cielo comenzó a despejarse lo suficiente para poder disfrutar de un bonito atardecer. Además, ya no había turistas a esas horas. Lo bueno de quedarse a dormir en Miyajima es que las hordas de gente que llegan con los barcos, desaparecen al atardecer y se puede disfrutar con tranquilidad.

Intentamos llegar a los pies del torii pero la marea comenzó a subir rápidamente, era curioso ver como crecía el nivel del mar a esa velocidad. Cuando anochece, el torii se ilumina y nos quedamos un rato haciendo varias fotos antes de ir a cenar.

De vuelta al ryokan, nos vestimos con los yukatas que teníamos preparados y nos sentamos a la mesa de la sala que habíamos elegido. Cuando hace buen tiempo, la gente sale a pasear con ellos por la isla (pero a nosotros, con los dos grados que había en ese momento, no nos pareció una buena idea).
La cena consistió en varios platos recién elaborados, todos ellos riquísimos. Probamos una cabeza de pescado y una ostra rebozada que en otro momento no sabemos si hubiéramos sido capaces de comer.
Cuando subimos a la habitación, habían montado los futones en los que íbamos a dormir esa noche, pero nuestros planes no contemplaban dormir todavía. Volvimos al paseo marítimo para fotografiar el torii de nuevo, esta vez con marea alta, y tras recorrer las tranquilas calles de la isla (no nos cruzamos con nadie), decidimos que era el momento de descansar, tras una sesión muy relajante en nuestro ofuro.
