Japón día 5
Kyoto: Fushimi Inari, Kinkaku-ji e Higashiyama
13 DE MARZO DE 2018
Una de las cosas que teníamos previstas era visitar el santuario de Fushimi Inari muy pronto para evitar aglomeraciones, y ya que nos poníamos a madrugar decidimos ver amanecer sobre el templo.
A las 5:15, tras tomar un café rápido y unas pastas en casa, estábamos esperando el tren en la estación de Nijo, éste nos llevaría a la estación central donde debíamos coger otro tren en dirección a Fushimi Inari (JR Nara line). El cambio de tren era con poquísimo tiempo y los andenes estaban en los lados opuestos de la estación así que en cuanto llegamos a Kyoto Station salimos corriendo hacia el anden donde nos esperaba el tren al santuario, dejando atrás una marabunta de colegiales y ejecutivos.
Nos pareció que en el tren se veían pocos turistas y muchos trabajadores y colegiales. Y así era. Cuando llegamos a la estación de Inari sólo nos bajamos nosotros, y es que eran las 6 de la mañana, éramos los únicos locos por el mundo.

De la estación al santuario hay 2 minutos caminando. Pudimos hacer fotos de las puertas de entrada mientras salía el sol, jugamos un poco con los vídeos gracias al trípode, hicimos más fotos del recinto de entrada y por fin llegamos al camino de toriis. Solo había otra pareja que dejamos que se adelantara un poco y así disfrutar del camino solos. Es bastante impresionante ver esas miles de puertas rojas dispuestas una tras otra. Fuimos subiendo el camino, haciendo muchas más fotos, ¡qué cansinos somos por dios!

Sobre las 7:30 hicimos el trayecto de vuelta ya que habíamos pedido el desayuno a las 8:30 y no queríamos perdérnoslo, además ya empezaban a llegar turistas por centenas en cada tren. Qué bien hicimos en madrugar para disfrutar de este imprescindible en Kyoto.
En Kyonoyado Gekkoan te traen el desayuno a la casa y te lo sirven en la mesa del salón. Se puede elegir entre desayuno tradicional budista, totalmente vegetariano, y desayuno occidental o western como dicen ellos.
Como somos de probarlo todo, habíamos pedido para la primera mañana un desayuno budista y uno occidental. El resto de días los desayunos serían occidentales para los dos, nos gusta probar cosas pero no somos masocas.
Os dejamos una foto con los dos desayunos por si os animáis a probarlos. El budista incluía varios cuencos con distintos tipos de tofu (el fresco es una verdadera delicia, nada que ver con el tofu envasado que venden en España), distintas verduras encurtidas y frescas, sopa miso y alguna fruta. En cambio, el occidental venía en un bento de dos pisos: en el de arriba había unos sandwiches, ensalada y una sopa y en el de abajo dos piezas de bollería y un zumo.
Los dos estaban muy buenos pero a las 8 de la mañana el desayuno budista era un poco duro, menos mal que para los próximos días los dos tendríamos el occidental.

La ruta prevista para el resto del día era visitar el templo dorado o Kinkaku-ji, el templo plateado o Ginkaku-ji, hacer el camino del filósofo parando en los templos por los que discurría y acabando en Heian jingu, comer en el centro, pasar la tarde recorriendo Sannenzaka y Ninenzaka en Higashiyama y ver atardecer en Kiyomizu-dera. Todo un recorrido por muchos de los imprescindibles en Kyoto.
Sólo eran las 9 y ya llevábamos 4 horas despiertos, con ese plan iba a ser un día intenso, pero nos encanta aprovechar los días cuando estamos de viaje.
Salimos hacia el pabellón dorado en autobús, teníamos una parada a 5 minutos del alojamiento (os explicamos cómo utilizar el transporte público en la entrada cómo moverse en Kyoto). Sabíamos que el autobús se podía pagar una vez estás arriba así que no nos preocupamos en comprar el billete antes ya que era muy pronto, pero al subir leímos un cartel que decía que sólo se podía pagar con el importe exacto en una máquina que el conductor tiene a su lado. Hay una máquina para cambiar dinero justo detrás pero sólo cambia billetes de hasta 1000 yenes y nosotros llevábamos solo billetes de 5000. Casi no habíamos usado el efectivo en Kyoto.
Un poco desconcertados porque no queríamos decirle al conductor que no podíamos pagar con billetes pequeños (aunque bien pensado, quizá el hombre nos hubiese cambiado), decidimos pedir cambio a dos parejas de turistas que había allí que parecían americanos o australianos. Cuando nos acercamos a preguntar, ni siquiera nos dirigieron la mirada, pensamos que podrían creer que estábamos pidiendo el dinero del billete así que Rafa sacó los billetes para que entendiesen que necesitábamos cambio, y lo estábamos diciendo perfectamente en inglés, pero seguían mirando hacia otro lado.
Aquí llego uno de los momentos que más nos gustaron del viaje porque sentimos de verdad cómo son los japoneses. Había dos niños de no más de 12 años sentados un poco más allá de donde estábamos y uno de ellos empezó a llamarnos por señas. Habían entendido que no teníamos cambio así que entre los dos sacaron todo el dinero que llevaban para poder juntar lo suficiente para cambiarnos un billete de 5000 en billetes pequeños, y luego cogieron uno de esos billetes y nos lo cambiaron por monedas para poder pagar el precio exacto de los billetes de autobús. Tendríais que haber visto la cara de felicidad que tenían por habernos ayudado.

Casi todos nos bajamos en la parada del pabellón dorado, los niños también. Nos acercamos a ellos, que ya estaban con otros compañeros de escuela, suponemos, y les pedimos hacernos una foto todos juntos. Aún se les iluminó más la cara cuando se lo pedimos y quisieron que sacásemos fotos con sus móviles. Nos reímos mucho con ellos y sin entendernos.
Ya había gente entrando al pabellón aunque no era excesivo, pagamos los 500 yenes de la entrada y accedimos al recinto. Nada más entrar se encuentra el estanque donde se refleja el pabellón, a esa hora de la mañana estaba perfectamente iluminado y el efecto de la luz sobre el agua y las paredes doradas son una pasada.
Hicimos varias fotos y vídeos y se nos acercaron varios grupos de niños japoneses para hacerse fotos con nosotros. Aprovechamos que venían ellos para hacernos fotos con las camisetas del grupo musical de unos amigos, La Fúmiga, que sacaban nueva canción y queríamos mandarles por sorpresa vídeos de japoneses con su camiseta diciendo «Viva La Fúmiga». A todos los japoneses que se lo pedimos les pareció muy divertido y lo hicieron gustosos.

Recorrimos todo el recinto del templo, compramos unas omamori de regalo y nos fuimos hacia la segunda parada de la ruta, el pabellón plateado o Ginkaku-ji. También fuimos en autobús, pero esta vez compramos un pase diario con viajes ilimitados por 500 yenes, ya que nos salía más a cuenta. El recorrido es de 20-30 minutos.
La parada deja al inicio de una calle cuesta arriba que hay que subir para llegar a la entrada del templo. Como la mayoría de accesos a templos, está llena de tiendas de recuerdos y dulces japoneses típicos.
La entrada al recinto cuesta 500 yenes. El templo es menos impresionante que el anterior y, aunque se llama templo plateado, nunca se llegó a terminar y no está cubierto de pan de plata, no obstante es un templo muy bonito rodeado de estanques y pinos que vale mucho la pena visitar.

Al salir compramos un helado de té matcha en una tienda de la calle de acceso. El tiempo había cambiado y en Kyoto estábamos a 25 grados a las 11 de la mañana, empezábamos a tener calor y el helado nos sentó de lujo.

A la izquierda de la calle, según se baja del templo, empieza el Sendero del Filósofo o Camino de la Filosofía (Tetsugaku no michi). Es un sendero que discurre paralelo al canal Shishigatany, al norte de Higashiyama, y que lleva desde Ginkaku-ji hasta el templo Nanzen-ji, de unos 2 km y dependiendo de las paradas se recorre en 30 minutos o 2 horas.
El recorrido es precioso, sobretodo en el hanami, que ya estaba empezando cuando nosotros fuimos. Además, en la calle que discurre junto al sendero hay pequeñas tiendas de productos artesanales, cafés y galerías.
Paramos en el templo Honen-in, según el sentido que llevábamos queda a la izquierda subiendo un par de calles. Tiene una preciosa puerta con tejado de cañizo lleno de musgo y un jardín muy tranquilo con estanques llenos de carpas.
Volvimos al sendero y a unos 500 metros entramos en un templo pequeñito muy curioso, cuyos guardianes son ratones, el santuario Otoyo. Estábamos solos y pudimos visitarlo con calma haciendo todos los rituales.
Seguimos el sendero hasta el final, en el templo Nanzen-ji. Tiene una enorme puerta de entrada, San-mon, con una pasarela en el primer piso que sirve de mirador. El acceso cuesta 400 yenes y no se puede subir con calzado. Desde arriba se tienen unas vistas preciosas de los jardines del templo por un lado y de la ciudad por el otro.


Empezaba a hacerse tarde y decidimos acercarnos al centro para comer. De camino pasamos por el santuario Heian-jingu. Justo antes de llegar se pasa por el recinto del zoo de Kyoto y desde la verja se pueden ver las jirafas, cebras y otros animales.
La calle que accede al santuario está presidida por un gigantesco torii rojo, y con el cielo azul de ese día el contraste hacía que pareciese irreal. Es una calle ancha y larga que llega a la puerta principal. A mitad de camino entre el torii y la entrada, a mano izquierda, está la oficina de turismo ubicada en un antiguo vagón de tren muy chulo.
El santuario tiene varios edificios rojos con el tejado verde y enmedio una gran explanada de tierra. Es uno de los más llamativos por la intensidad de los colores.

De camino a Gion pasamos por la gran puerta del templo budista Chion-in y por el parque Maruyama, al entrar vimos que había cientos de japoneses ataviados con el traje típico y multitud de puestos de comida, sobretodo dulces. Estaban celebrando el Hanatōro, una fiesta en la que hay celebraciones en varios parques, colocan cientos de farolillos por las calles que suben hacia Kiyomizu-dera y los templos y tiendas cierran más tarde. La mayoría de jóvenes se visten con kimonos y getas, el calzado tradicional, y salen a celebrarlo paseando por la ciudad.
Nos emocionamos viendo la fiesta y perdimos bastante tiempo en el parque, haciéndonos fotos con las chicas vestidas con el yukata y a la gente haciendo sus ofrendas.

Eran las 3 de la tarde y ya empezaban a cerrar algunos sitios para comer. Los que teníamos apuntados en la guía estaban llenos o cerrados, pero encontramos un sitio de ramen que tenía buena pinta, así que nos quedamos.
El restaurante estaba en el primer piso de una casa antigua de Gion, con dos grandes mesas cuadradas y unos ventanales que daban a la calle y por los que entraba mucha luz, sólo por verlo valía la pena. Elegimos dos menús con sopa ramen de limón y arroz frito hecho en el momento, sopa ramen de pollo y arroz frito con kimchi y dos helados de matcha. Todo nos costó unos 3000 yenes (24€).
Después de la comilona fuimos recorriendo Gion hacia las cuestas de Sannenzaka y Ninenzaka. La «cuesta de los 3 años» y «cuesta de los 2 años» respectivamente, y que según la leyenda son los años que te quedan de vida si te caes en alguna de las dos calles.
Como ya hemos dicho, era la celebración del Hanatōro y había muchísimos japoneses recorriendo las calles, también con el traje tradicional. Era muy divertido verlos pasear orgullosos de sus vestimentas y casi sin poder andar con ese calzado.
Las calles están repletas de tiendas de comida y productos de artesanía. En esa época estaban llenas de farolillos y conforme iba atardeciendo se iba apreciando el camino de luces que formaban. Recomendamos encarecidamente que visitéis Kyoto en esas fechas.

Arriba del todo está el templo Kiyomizu-dera, uno de los más grandes, y la verdad que uno de los más chulos. Tiene una pagoda de 3 pisos de color bermellón cerca de la entrada y desde su base se puede ver toda la ciudad. El salón principal está cubierto y se puede apreciar la gran estructura de madera que lo conforma. Cuando nosotros fuimos, estaban restaurándolo y la fachada principal no se podía ver ya que había un andamio que la cubría, aún así no deja de ser impresionante.
Debajo del salón, había un ir y venir de feligreses que iban a beber de las cascadas de una fuente, ya que se dice que sus aguas sagradas dan longevidad.

Cruzamos el recinto para ver el atardecer detrás del edificio principal, en un sendero a los pies de la montaña. Fue un momento muy chulo ver cómo se iba iluminando la ciudad a medida que se oscurecía el cielo.

Después de más de 14 horas en pie y sin parar, nos fuimos al hotel en metro. Al llegar, encontramos una carta de los dueños junto a un té con dulces típicos. Nos los tomamos muy agradecidos y más descansados, cogimos el autobús hacia Gion, donde habíamos reservado para cenar.
Cenamos carne de Kobe (certificada) a la brasa que preparamos nosotros en una barbacoa en medio de la mesa. El restaurante nos lo habían recomendado en el hotel y fue un acierto (tenéis todas nuestras recomendaciones en la entrada qué comer en Japón). Tenían varios menús y como estábamos muy cansados decidimos pedir el más corto. Aún así fue mucha comida. Varias platos típicos japoneses a base de encurtidos, sopas, piezas de sushi y varios pases con distintos trozos de kobe. Lo acompañamos con cerveza y para finalizar una crema con fresas blancas
El salón donde cenamos tenía mesas de estilo japonés a ras de suelo rodeado por un jardín iluminado.
Estábamos tan cansados que tuvimos que volver al hotel en taxi, Rafa ya se echó el primer sueñecito de camino. Fue otra experiencia japonesa: puertas automáticas, fundas de ganchillo, taxista educado, todo muy cuidado…
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