Islandia día 3
De Grundarfjörđur a Flókalundur. Penínsulas de Snaefellsnes y Látrabjarg
Kirkjufellsfoss – Grundarfoss – Berserkjahraun – Bjarnarhöfn – Stykkishólmur – Ferry a Brjánslækur – Barco Garðar BA 64 – Frailecillos en Látrabjarg – Breiðavík – Hotel Flókalundur
26 de mayo de 2019
Nos despertamos pronto para ver la cascada de nuevo al amanecer, pero vimos en las predicciones del tiempo que el sol no la iluminaba hasta las 8. Nos dimos una ducha con olor a azufre, que por cierto, nos deja la piel muy suave, y bajamos a desayunar.
Después de cargar las maletas en el coche, nos dirigimos hacia Kirkjufellsfoss, en ese momento ya estaba completamente iluminada. No había mucha gente y pudimos disfrutar del entorno y la tranquilidad de la mañana. Hicimos bien en elegir este hotel.
Continuamos con la ruta y la siguiente parada estaba unos kilómetros a la salida del pueblo, Grundarfoss, una gran cascada en cola de caballo entre prados verdes llenos de ovejas, a la que no pudimos acceder porque el camino es privado, así que nos tocó verla de lejos.

La carretera bordeaba el gran fiordo Kolgrafarfjördur, con un mirador a pie de carretera. Había uno paneles contando parte de las sagas de Islandia ambientadas en esa zona y otros donde se explicaba que hace pocos años, por efecto de la salinidad del agua de ese fiordo, entraron toneladas de peces hasta que saturaron el agua y se asfixiaron. Estuvieron meses sacando restos de pescado podrido de allí.
Seguimos la carretera hacia Stykkishólmur atravesando los campos de lava de Berserkjahraun, miles de montículos cubiertos de musgo rodeados de formaciones volcánicas. Un paisaje precioso sacado de otro planeta. Paramos a hacer fotos de los alrededores y de la larga carretera solitaria por la que habíamos venido. Esta península nos estaba encantando.

Cogimos el desvío hacia Bjarnarhöfn, donde está el Museo del Tiburón, en el que se explica el proceso de secado del pescado (os podéis imaginar el olor fuerte y un tanto desagradable al acercarse a los secaderos de estos filetes de tiburón o Hákarl). Nosotros nos dedicamos a fotografiar la iglesia rodeada de prados verdes con el mar de fondo.
En lugar de seguir por la carretera principal, seguimos por una carretera secundaria de grava atravesando campos de lava y granjas hasta llegar a Stykkishólmur. A la entrada del pueblo está el supermercado Bónus, donde hicimos una parada obligatoria para cargar el maletero de provisiones para los próximos días: embutido, queso, pasta deshidratada, fruta, etc.
Muchos recomiendan llevar estos productos desde España, aunque en teoría no puede introducirse comida en el país y pueden requisarla en la aduana (es raro). Por nuestra experiencia, os aconsejamos comprarlos en estos supermercados que tienen precios muy asequibles y evitáis problemas en la aduana. Tenéis más información en la entrada qué comer en Islandia.

Con las compras hechas, empezamos a recorrer el pueblo. Las casas de colores de madera eran muy chulas; y con el cielo azul y el solazo que nos estaba haciendo, parecía un decorado.
Aparcamos el coche enfrente del puerto, justo delante del Harbour Hostel y aprovechamos para reponer energías en su cafetería, Café Nú, un sitio muy chulo decorado como el salón de la abuela. Nos tomamos una quiche vegetal, tarta de ruibarbo y manzana, chocolate y café con leche por 3750 ISK/27 €.

Bajamos al puerto y entramos en la oficina de Sæferđir/Seatours para recoger los tickets del ferry que habíamos reservado y comprado online.
Una manera cómoda y rápida de ir de la península de Snæfellsnes a la de Látrabjarg (en los Fiordos del Oeste) es tomar el ferry de Stykkishólmur a Brjánslækur. Se ahorra mucho tiempo ya que la carretera de conexión no es muy buena. Nuestro consejo es que compréis los billetes con antelación, y no olvidéis pasar por la oficina del puerto antes del viaje para recoger los billetes físicos. Podéis ver los precios y horarios en la web de Seatours. Tenéis más información de los ferrys en la entrada sobre el transporte público en Islandia.
Recorrimos el puerto hasta el final, desde donde parten los ferrys, justo al lado del islote Súgandisey, que tiene unos acantilados muy chulos con columnas de riolita y un faro rojo entre prados verdes con unas vistas espectaculares desde arriba.

Bajamos del islote y volvimos a pasear por el pueblo hasta llegar a la iglesia, un edificio muy curioso con forma de vértebra de ballena en lo alto de una colina.
Entramos en una tienda de artesanía local y acabamos comprando un collar de piedra volcánica para la madre de Rafa (en cada viaje le compramos uno).
Volvimos al coche y preparamos los bocatas para comer en el trayecto del ferry. Aprovechando el solazo, nos sentamos en la terraza del Café Nú, donde cargamos el termo de café.

El ferry salía a las 15:00 pero nos aconsejaron estar una hora antes y ya había algunos coches en cola. A las 14:30 comenzó el embarque de los coches y aparcamos en la bodega. Accedimos a la zona de pasajeros y nos acomodamos en unos sillones con mesa al lado de un ventanal.
Disfrutamos del trayecto, descansamos, nos comimos nuestros bocatas, subimos de vez en cuando a la cubierta, donde había unas vistas increíbles pero hacía una rasca bastante importante, y en dos horas y cuarto desembarcamos en Brjánslækur.

Fuimos directos al Hotel Flókalundur, que estaba a unos 5 km del muelle, e hicimos el checkin. Teníamos una habitación pequeñita pero muy bien equipada con albornoces, toallas de baño y una ventana con vistas al fiordo Vatnsfjörđur (era el único hotel que no habíamos reservado por booking.com).
A las 18:30 comenzamos nuestra ruta por otro de los imprescindibles que ver en Islandia, los fiordos del Oeste, en dirección a la punta más occidental de Islandia, Látrabjarg. Nuestro objetivo era ver frailecillos, esos curiosos pájaros de andar patoso y pico de colores (en este enlace podéis leer dónde ver frailecillos en Islandia). La carretera era impresionante, a los pies de grandes laderas, y ascendiendo hasta llegar a una zona más pelada con restos de hielo viendo el fiordo Patreksfjörđur al fondo.
A orillas del fiordo encontramos el Garđar BA 64, un enorme barco pesquero varado en la playa. Está muy bien conservado y, aunque es peligroso por el acero roído y oxidado, se puede entrar dentro si sois un poco inconscientes. Las fotos de la playa desierta con el barco en medio le dan un aire fantasmagórico muy chulo, nosotros lo pillamos al atardecer y parecía una postal.
A los pocos metros de pasar el barco, la carretera pasa a ser de grava durante unos 40 km hasta llegar al cabo más occidental de Islandia. Cómo no había ningún otro coche y la carretera es amplia pudimos ir a 80km/h la mayor parte del tiempo, sólo al final hay un par de cuestas con el firme en mal estado.

Tardamos unos 45 minutos en llegar al final del camino de Látrabjarg. Hay un parking bastante grande, un pequeño faro y una caseta. Los acantilados están protegidos por unas cuerdas para que no se pisen los nidos de los frailecillos, ya que estos hacen agujeros entre las rocas y la vegetación, donde ponen sus huevos.
Habría unos 6 ó 7 coches allí cuando llegamos. Había un camino a mano izquierda que subía hacia la zona más alta, por el que iban varias personas. Pero Antonio vio al lado del faro a dos fotógrafos con las cámaras más grandes que hemos visto nunca, haciendo fotos como desesperados y pensamos que tenía que haber un frailecillo cerca, y así fue. Al llegar a su lado vimos que, a menos de 1 metro, una pareja de aves había salido del nido y se desperezaban. Estuvieron un rato posando para nosotros.
Era la hora perfecta para verlos, al atardecer, cuando vuelven de pescar para turnarse a empollar los huevos, por lo que había mucho movimiento de aves yendo y viniendo a los altos acantilados.
Vimos más de 30 y pudimos hacerles fotos y vídeos desde todos los ángulos, además no se asustaban de los humanos y estuvimos a menos de 1 metro de ellos. Fue un momento mágico.

Una hora y media después volvíamos por el mismo camino, ya sólo quedaban 3 coches contando el nuestro. Hicimos una parada en Breiđavik, una pequeña aldea de 5 ó 6 casas a orillas de la playa. Tiene una iglesia que a esas horas estaba iluminada por el sol de medianoche con la larguísima playa al fondo y los acantilados rematando la foto.
Aparcamos en una zona llena de césped con mesas de picnic y cenamos nuestros bocatas, unos botes de pasta que hicimos con el agua hirviendo de nuestro termo y unas vistas de escándalo.

Al atravesar la montaña que separa los dos fiordos perdimos de vista el sol, pero el cielo se tiñó de violetas, rosas y morados. No queríamos perdernos las vistas así que decidimos seguir unos metros más allá del hotel y verlas desde la poza de agua termal que teníamos anotada, Hellulaug. Al llegar nos dimos cuenta que a esas horas, las 12 de la noche, era imposible que viniese nadie y que era el mejor momento para bañarnos tranquilos.
Se pueden consultar las pozas de aguas termales de Islandia a través de la aplicación Hot Pot Iceland. Nosotros las íbamos consultando por el camino cuando nos apetecía un buen baño caliente (en su momento era gratuita, pero ahora es de pago).
Fuimos corriendo al hotel a por los bañadores y los albornoces y nos pegamos uno de los mejores baños de nuestra vida. Fuera a 6 ó 7 grados, dentro a 42, en una poza de agua dulce a orillas del mar y con las vistas del fiordo y el cielo con la luz de medianoche. No somos capaces de describirlo para que entendáis el momento.
Volvimos al hotel en albornoz y caímos rendidos, soñando con pozas y frailecillos.
