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Fez día 2

Madraza Cherratine · Universidad Qarawiyyin · Zoco de la Henna · Curtidurías · Mausoleo Moulay Idriss · Place Seffarine · Palacio Real · Borj Sud · Tumbas Meriníes

22 de enero de 2023

Habíamos quedado con los chicos del riad que desayunaríamos a las nueve para salir una hora después con el guía a recorrer la ciudad. Cuando bajamos, bastante puntuales, el desayuno apareció en 2 segundos sobre la mesa. Nos sirvieron un montón de platitos: miel, mermeladas, crema de chocolate, aceitunas, aceite de oliva, diferentes panes, bizcocho, dulces locales, queso y fruta variada. Nos pusieron zumo de naranja recién exprimido, café de filtro y leche, y nos ofrecieron té con menta que rechazamos, nos parecía demasiado líquido para tener que irnos a caminar por callejuelas.

Estaba todo delicioso, el desayuno marroquí debería ser un motivo de visita al país. Younes, el guía, nos recogió en el hotel antes de la hora acordada. Es licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Cádiz y realmente le pone ganas a las explicaciones. Nos contó un poco el recorrido previsto y lo modificó cuando le dijimos todo lo que habíamos hecho el día anterior.

Desayuno en el Riad Ibn Khaldoun

Empezamos la ruta recorriendo parte del barrio cercano al riad, pasando por algunas de las calles más estrechas de la medina, y llegando al mercado de Rcif. No estaban todos los puestos abiertos y al preguntarle a Younes por los horarios comerciales, nos dijo que allí cada uno abría cuando le parecía bien y cerraba cuando estaba cansado.

Seguimos el recorrido en dirección a la madraza Cherratine (uno de los imprescindibles que ver y hacer en Fez), pasando por cientos de puestos. En varios de ellos había mucha gente comiendo sopa caliente de habas, uno de los desayunos más tradicionales los días de frío. El olor (y el sabor) es casi idéntico a las habas estofadas que se hacen en Valencia.

Los puestos de mujeres que cocinan la masa para las pastillas empezaban a ponerse en marcha; estas mujeres estiran la masa sobre la mesa hasta que está casi transparente y la cocinan en sartenes redondeadas que parecen cabezas de maniquíes negras.

La madraza Cherratine estaba completamente vacía y nos costó entrar 20 dirhams por persona. Al estar vacía, Younes pudo explicarnos no sólo cosas del propio edificio, si no que se explayó en curiosidades de la religión musulmana y sus costumbres que nos parecieron muy interesante. Se suponía que era la única madraza que permitía visitar las antiguas dependencias de los estudiantes en los pisos superiores, que nos parecieron realmente pequeñas.

Madraza Cherratine

Fuimos bordeando la Universidad de Qarawiyyin, la más antigua en funcionamiento y fundada por una mujer en el año 859; desde una de las puertas laterales se puede ver una gran sala con arcos de medio punto, que recuerda a la Mezquita de Córdoba y al fondo un patio que podría ser la réplica del patio de los leones de la Alhambra de Granada. No en vano la ciudad fue habitada por andalusíes que huyeron de Al-Andalus.

Pasamos por el zoco de la henna, un pequeño patio con dos plataneros en el centro y una decena de puestos ubicados en las antiguas habitaciones de lo que fue el hospital Maristane Sidi Mej (el guía nos contó, como curiosidad para valencianos, que el diseño que aquellas dependencias se usó como modelo para el primer centro psiquiátrico del mundo occidental que fue construido en Valencia en 1410 por el Padre Jofré).

Universidad de Qarawiyyin

La siguiente parada fue la curtiduría Sidi Moussa, la más antigua y pequeña de las dos que visitamos. El guía nos dejó con uno de los vendedores de la tienda y desde la azotea pudimos ver la zona de curtido, ubicada en el patio de manzana interior y compuesta por tres zonas de trabajo, una donde se ablandan las pieles en pozas llenas de guano de paloma y otros elementos corrosivos, otra donde se les da color en pozas con distintos pigmentos naturales como el azafrán, el carmín, la menta, la henna o el índigo; y la última, donde se secan las pieles al sol. El olor era bastante fuerte, por lo que al salir a la terraza nos ofrecieron un ramillete de hierbabuena para llevarlo cerca de la nariz.

Los vendedores atienden a los turistas y les enseñan la curtiduría y la tienda pero no insisten en vender (lo tienen prohibido si vas con guía), de hecho te llevan a la zona de prendas acabadas y te dejan allí a tus anchas, nosotros no teníamos intención de comprar nada así que nos fuimos en seguida.

Curtiduría Sidi Moussa

Mientras seguíamos charlando con Younes sobre la cultura marroquí y las diferencias con la nuestra, llegamos a la Place Nejjarine, donde están el Museo de Arte y Artesanía de la Madera y el zoco homónimo, en el que trabaja el gremio de los carpinteros. La plaza tiene bastante encanto pero no entramos al museo. La pequeña calle que sigue albergando los puestos de los ebanistas y carpinteros tiene un olor intenso a serrín y barniz y da acceso a las calles adyacentes al Mausoleo de Moulay Idriss, el llamado distrito sagrado o prohibido (al-haram), delimitado por vallas de madera que prohiben el paso a los burros.

El mausoleo no es una zona religiosa como tal, en el Islam no se permite el culto a otro que no sea Alá, pero hay bastante devoción al patrón de la ciudad que fue rey de Marruecos a principios del S.IX. No se permite la entrada a no musulmanes, pero nos conformamos con verlo desde fuera.

Mausoleo de Moulay Idriss II

Eran ya las doce del mediodía y teníamos que decidir qué mas queríamos ver, había varios gremios de artesanos que podíamos visitar y nos quedaba por entrar a una curtiduría. Fuimos a ver un telar, donde nos explicaron qué tipos de hilos utilizan para sus telas dependiendo del uso. Nos sorprendió el tacto de las telas que llevaban fibras de pitera («seda de cactus»), tanto fue así que compramos un par de pashminas para nuestras madres.

De allí fuimos a una tienda donde vendían bronce, las lámparas y las bandejas son lo más típico. El dueño nos enseño cómo uno de los orfebres labraba la filigrana en una bandeja de bronce totalmente a ojo, sin ningún tipo de plantilla. Allí compramos unos vasitos de vidrio para el té decorados con alpaca.

La última visita de la mañana fue a la curtiduría Chouwara, la más grande y la que nos dio pie a hacer fotos más bonitas (otro de los imprescindibles de Fez), con el mismo sistema que la anterior pero mucho más grande. Pudimos ver a más de veinte trabajadores en las diferentes etapas del proceso de curtido, tintado y secado. Tampoco nos insistieron en comprar, la verdad es que se agradecía ir con el guía.

Curtiduría Chouwara

Tocaba volver poco a poco hacia la plaza Rcif, el fin de la visita guiada, pero Younes nos preguntó si queríamos tomar un té en su sitio preferido, le dijimos que sí sin dudarlo y nos llevó a una pequeña tetería, si se le podía llamar así. Era un pequeño cuarto de no más de seis metros cuadrados donde Ba Abdullah (papá Abdullah) nos preparó un té de menta con su propia receta en un enorme hervidor de agua. Nos sentamos en una de las dos mesas y Abdullah nos enseñó la mezcla de hierbas que le ponía al té: tres tipos distintos de menta, mejorana, hierbaluisa, geranio, absenta y salvia, infusionada en dos tiempos en agua hirviendo con un terrón de azúcar del tamaño de un puño (sin exagerar podía ser unas diez veces el de un terrón de los que había antes en España). El té estaba espectacular pero podía matar a un diabético con solo olerlo.

Al salir y de camino a Bab Rcif, pasamos por la plaza de los caldereros, Place Seffarine, y le pedimos a Younes que nos ayudase a comprar un par de cazuelas de cobre. Gracias a su regateo nos costó unos diez euros cada una, de unos 300ml y recubiertas de estaño y mango de acero, que en España nos hubiesen costa cinco veces más. En la puerta Rcif nos despedimos de Younes que nos aconsejó un par de sitios para comer, era ya la una y media del mediodía y nos fuimos al hotel a descansar un poco.

Abdullah Thé & Café, 327H+P23, Rue Machatine, Fès (Google)

Tetería de Ba Abdullah

Comimos en la terraza del Riad Fes Bab Rcif, estábamos completamente solos y se lo curraron mucho porque, a pesar de que en la carta ponía que había que pedir un menú por persona, les dijimos que no teníamos mucha hambre y nos dejaron compartir un menú. Nos sirvieron una ensalada marroquí con cinco tipos de verduras diferentes, una pastela de pollo deliciosa y un plato con fruta fresca, manzanas, plátanos y mandarinas. De beber pedimos agua y aunque incluía té verde, nos fuimos antes de tomarlo, eran ya las tres y en una hora nos recogía el taxi para la segunda excursión del día. La comida costó 300 dirhams, fue la más cara pero la pagamos a gusto por las vistas desde la terraza.

Riad Fes Bab Rcif, 15, Bab Sid el Aouad (TripAdvisorGoogle)

Pastilla (pastela) en la terraza del Riad Fes Bab Rcif

El taxista era poco hablador, además de que solo sabía unas pocas palabras en inglés y francés. No habíamos contratado guía, así que nos apañamos por nuestra cuenta en cada parada. Primero nos llevó a las siete puertas de bronce del Palacio Real, no había casi gente y la verdad es que tampoco nos parecieron muy interesantes.

De allí fuimos a Borj Sud, una antigua torre defensiva al sur de la ciudad desde donde se ve toda la medina, y donde sí que estuvimos un buen rato disfrutando de las vistas.

Luego paramos en una cooperativa de alfareros. Igual que había pasado por la mañana en la medina, el taxista nos dejó con uno de los vendedores que nos enseñó amablemente cada proceso de fabricación de las diferentes piezas. Nos pareció increíble cómo pintaban a mano alzada las piezas de arcilla con patrones geométricos, y mucho más increíble, cómo tallaban a ojo cada pieza para hacer los mosaicos y les quedaban todas perfectas. Compramos un par de platos para servir y nos quedamos con las ganas de llevarnos varios tajines pequeños, pero la maleta «medida Ryanair» no permitía más compras.

Puertas de bronce del Palacio Real de Fez

Acabamos la tarde en las Tumbas Meriníes, es una de las mejores zonas para ver atardecer en Fez, de hecho como era domingo por la tarde estaba lleno de locales merendando y esperando que se pusiese el sol. La lástima es que estaba un poco nublado en el horizonte y el sol se puso antes de coger los colores violáceos y anaranjados que tanto nos gustan, además la propia colina de la medina hace sombra sobre la ciudad antigua y a última hora queda demasiado en sombra para las fotos.

El taxi nos dejó en el acceso de la plaza Rcif, frente al callejón por donde se entraba al Riad Ibn Khaldoun. Nos abrigamos un poco porque empezaba a hacer frío y subimos a la terraza a disfrutar de las vistas. Justo en ese momento empezaron a sonar las llamadas a la oración de los imanes en cada minarete, fue impresionante.

Nos fuimos a cenar a la medina, ya no le teníamos miedo a nada.

Atardecer desde las Tumbas Meriníes
Atardecer desde la terraza del Riad Ibn Khaldoun

Entramos a la medina cuando todavía había muchos comercios abiertos, eran cerca de las ocho de la noche y a esas horas todavía había mucho ambiente. Recorrimos el camino que teníamos casi memorizado hacia Talaa Kebira y subimos hasta el restaurante La Cave, del mismo estilo medio hípster-medio marroquí que el del mediodía anterior (os contamos más en la entrada qué comer en Fez).

Primero pedimos unas tapas libanesas que llevaban tabbouleh, hummus, baba ganoush y ensalada de tomate, pepino y cebolla; de segundo un tajín de verduras, y de postre dulces marroquíes con té de menta. Fueron 185 dírhams, muy barato, la verdad es que nos encantó.

La Cave, el kbira, 37 Zkak lma (TripAdvisorGoogle)

Restaurante La Cave, Fez

La vuelta al hotel fue menos divertida, las calles estaban llenas de chavales jovenes bebiendo y fumando, suponemos que era por ser fin de semana, el resto de días no vimos tanta gente. Fue la primera vez que nos encontramos calles cortadas y varios chavales intentaron convencernos de que hacia donde íbamos estaba cerrado, y aunque no les hicimos caso, fueron bastante insistentes. Llegamos al hotel un poco nerviosos porque habíamos tenido que dar bastante rodeo para volver, luego descubrimos que los zocos los cierran al anochecer y que para seguir nuestro camino habitual habíamos cruzamos varios.

Del nerviosismo pasamos a la risa y de ahí a caer rendidos en la cama, al día siguiente tocaba palizón de coche para ver Chefchauen.