Canadá día 3
Lynn Canyon, Cypress Bowl Road y atardecer en LightHouse Park
22 de julio de 2017
A las 7:30 estábamos en Denny’s, un diner americano con sus mesas con bancos acolchados y su camarera simpática sirviendo grandes jarras de café, que está en Davie Street esquina con Thurlow Street, muy cerca del hotel.
Pedimos café, chocolate caliente, tortitas con bacon, un bagel con tortilla y bacon y fruta fresca. Todo muy ligero, jeje.
A Rafa le encantan este tipo de sitios cuando vamos a Norteamérica, al menos tenemos que visitar uno en cada viaje. Ya quemaríamos esas calorías subiendo los picos de las Rocosas.
Mientras desayunábamos vimos que en el estado de Columbia Británica había muchos incendios activos, pero parecía que ninguno en las zonas que teníamos previsto visitar.

Una hora después, nos montábamos en nuestro coche para los próximos 15 días, un Ford Edge alquilado en Avis. Para reservarlo miramos todas las compañías que pudimos y ésta es la que nos dio mejores coberturas a mejor precio. Os contamos toda la información que necesitáis para alquilar coche en la entrada cómo moverse por las Rocosas Canadienses.
Al ir a recogerlo nos ofrecieron un Jeep Grand Cherokee, como el que condujimos en Miami y del que Rafa se enamoró (era el que habíamos pedido inicialmente), y el Ford Edge, que tenía navegador incorporado. Fue ésto lo que nos hizo decantarnos por este último, ya que no íbamos a tener internet en el móvil.
Íbamos preparados para no tener que volver al hotel ese día, así que pusimos la ruta en el GPS, nos familiarizamos un poco con el coche y nos pusimos en marcha, dirección norte, hacia Lynn Canyon. Tardamos una media hora en llegar. Se puede llegar más rápido pero no queríamos saltarnos ninguna salida en la autovía, y al atravesar la población de Lynn Valley lo hicimos despacio, nos encanta observar la vida cotidiana en las ciudades y pueblos.
Para llegar al cañón hay que dejar el coche a la entrada del parque natural (hay un aparcamiento bastante grande) y recorrer a pie el sendero que pasa por delante de un café, con tienda de souvenirs y baños, y que acaba en las escaleras que bajan al puente colgante.
El sendero es precioso, rodeado de secuoyas y abetos. Los bosques canadienses tienen tanta vegetación que es casi imposible ver unos metros más allá del camino.
No había muchos turistas y pudimos pasear tranquilamente, leyendo los carteles explicativos del parque, la mayoría previniendo sobre la cercanía de osos salvajes. Nos hizo ilusión saber que podía haber osos merodeando, pero a la vez nos dio un poco de acojone, sobre todo a Antonio (y le duraría todo el viaje).

El puente colgante es uno de los principales atractivos de este parque, y es comprensible que sea uno de los imprescindibles que ver en la Costa Oeste de Canadá y las Rocosas. Es una pasada tanto verlo como cruzarlo. Las vistas desde el lado de la entrada las habréis visto seguro, Ikea hizo un póster tamaño gigante que ha sido de los más vendidos.
Lynn Canyon Suspension Bridge, construido en 1912, está colgado a 50 metros de altura y tiene una longitud de 48 m para salvar los 38 metros que hay entre las paredes del cañón. Ha sido escenario de muchas películas y series. El acceso al parque es gratuito y hay poco turismo, a diferencia del más conocido Capilano Suspension Bridge.
Conseguimos cruzar el puente a pesar de nuestro vértigo y el ligero balanceo que se producía al caminar. Impresionaba ver la profundidad del cañón. En ese momento no había nadie cruzando, salvo otra pareja en la entrada que estaba intentándolo pero el chico no se atrevía.


Desde el otro extremo del puente salían dos senderos, uno hacia el noroeste y otro hacia el sur, que es el que cogimos nosotros primero. Iba directo hacia las Twin Falls, atravesando una zona escalonada de forma natural por las raíces de los abetos, y pasando otro puente de madera más pequeño.
En esa zona del parque no nos cruzamos con nadie, por lo que lo disfrutamos más, si cabe. Las cataratas gemelas son pequeñas, sobretodo comparándolas con el resto de cascadas que veríamos en el viaje, pero en ese momento nos pareció un lugar increíble. La altura de los árboles, la frondosidad de la vegetación y la fuerza del agua nos tenían impresionados.
Acabamos el recorrido en un remanso del río unos metros más abajo, donde aprovechamos para hacernos unas cuantas fotos antes de volver al puente sobre las Twin Falls y continuar el sendero que sube la ladera hasta la cafetería.

Volvimos a cruzar el puente colgante y en esta ocasión nos desviamos a la izquierda, hacia el sendero noroeste, para ver la 30 Foot Pool, una poza de casi 10 metros de profundidad perfecta para bañarse los días calurosos de verano. No hacía nada de calor, por eso habíamos dejado los bañadores en el hotel, pero al llegar vimos a varias personas lanzándose a la poza desde unas rocas río arriba. Una de las cosas que más disfruta Rafa en verano es poder tirarse al agua desde una buena altura. Estuvo a punto de coger el coche e ir a por la ropa de baño, pero se contuvo.
De regreso al coche, cruzamos el puente colgante por tercera vez y en ese momento estaba a tope de gente, lo que le quitaba un poco el encanto. El aparcamiento también estaba lleno, incluso había algún autobús. Cómo odiamos el turismo de masas.

Justo al montarnos en el coche, empezó a llover. La siguiente visita que teníamos programada para ese día era la subida a Grouse Mountain, pero habíamos decidido no ir porque estaba todo cubierto por nubes y encima con lluvia. Aprovechamos ese momento para comprar las provisiones de los próximos quince días.
Grouse Mountain ofrece actividades de verano y de invierno al aire libre en la cima de la montaña. Se sube a través del teleférico Skyride (se puede acceder a la azotea de la góndola en los meses de verano). Arriba hay un área de conservación para osos grizzly.
Compramos en un supermercado Walmart que nos pillaba de paso de vuelta a Vancouver, una cadena con precios bastante económicos. Cargamos el maletero de embutido, pan, manzanas, barritas energéticas para parar un tren y un millón de cochinadas, frutos secos, patatas fritas, chucherías, chocolate… con eso teníamos para sobrevivir a una guerra. Os dejamos más información en la entrada qué comer en la Costa Oeste de Canadá y las Rocosas.
Se nos hizo la hora de comer y, como estábamos en el centro comercial, nos sentamos en el foodcourt y pedimos dos refrescos con dos hamburguesas, una Mamma Double Bacon y una BLT Chicken Burger, en la cadena A&W, por 14 $CAD/9€.

El café lo tomamos en Starbucks. Rafa se pidió un 70 Nariño Coldbrew, un café frío que estaba muy bueno (nos recordó al verano anterior, en el apartamento de la playa que alquilamos en la Costa Brava, donde cada tarde nos tomábamos uno mirando al mar).
Con las compras en el maletero y el estómago lleno, regresamos al hotel cruzando por Lions Gate Bridge y dejamos el coche en el aparcamiento. Descansamos lo justo en la habitación y fuimos por Grandville Street. Estuvimos cotilleando los nombres de los artistas de las estrellas en las aceras y vimos el famoso teatro Orpheum, sede de la Orquesta Filarmónica de Vancouver.
Llegamos a nuestro objetivo, el Vancouver Lookout, un mirador panorámico situado en lo alto de un edificio a 168 metros de altura. El ascensor era acristalado y permitía ver toda la ciudad mientras subíamos.
Lástima que estaba muy nublado, porque leímos que se podían ver hasta las montañas de Seattle en EEUU los días despejados. Aún así, nos encantaron las vistas panorámicas desde lo alto. Se veía toda la ciudad, el puerto, Stanley Park, North Vancouver y las montañas que lo rodean. Incluso pudimos cazar a vista de pájaro el reportaje fotográfico de una boda en la azotea de un edificio.

Al entrar al Vancouver Lookout nos plantaron un sello en la muñeca, como en las discotecas, porque la entrada sirve para todo el día y se puede volver a subir si uno quiere.
Al salir a la calle, había una feria tailandesa en la plaza frente a la Vancouver Art Gallery, con música en directo y un montón de puestos de comida típica del sudeste asiático (un posible destino, que unos años después pudimos visitar en nuestro viaje por Tailandia y Singapur).
De vuelta al hotel, Rafa se compró un libro de recetas sobre un Roadtrip por British Columbia, ni hecho adrede. Nos subimos de nuevo al coche y pusimos rumbo a la Cypress Bowl Road, una carretera sinuosa que accede al Cypress Provincial Park.
En una de las curvas más altas hay un mirador (Barrett’s View) desde el que se tienen unas vistas impresionantes de todo Vancouver y la bahía, y a esas horas de la tarde, con el sol de bajada, mucho mejor. Como estaba un poco más despejado, desde aquí sí pudimos ver a lo lejos la silueta del Monte Rainier, un volcán activo en las Rocosas estadounidenses, junto a Seattle.

Antes de que el sol se pusiera del todo, nos fuimos hacia el faro de Point Atkinson. Atravesamos los barrios residenciales de Cypress Park y Caulfeild en West Vancouver, pasando a orillas del mar, con casas muy chulas rodeadas de mucha vegetación. Nos desviamos por Beacon Lane hasta llegar al aparcamiento de Lighthouse Park en medio del parque natural.
Desde allí salen dos senderos hasta el faro y nosotros cogimos el más directo, que tiene 800 metros y se tarda en recorrer unos 15 minutos a pie.
No había casi nadie, sólo nos cruzamos en todo el camino con una familia que volvía al coche. El primer punto desde donde pudimos ver el faro, éste se veía un poco encajonado, pero con las luces del atardecer y el mar de fondo, la postal era espectacular.
Intentamos bajar hacia las rocas, en el mar. Desde allí el faro no se veía completo, aunque la estampa también era chula. Buscamos un tercer sitio, subidos a una roca, allí había más gente porque es donde termina el otro sendero que viene desde el aparcamiento. Las vistas eran peores, aunque de fondo se veía la bahía y el skyline de Vancouver. Menos mal que teníamos buenas fotos desde el primer punto.
Decidimos acercarnos al propio faro a ver si se podía acceder, antes de ir al coche, pero lo máximo que pudimos acercarnos fue a unos 100 metros y sólo se veía la parte superior.
Al volver al coche estábamos completamente solos. Nos encontramos con una enorme lechuza mirándonos fijamente. Era al mismo tiempo un poco tenebroso tenerla allí tan cerca y a la vez emocionante verla en su hábitat natural.

Ya que estábamos con el coche, aprovechamos para ver el Lions Gate Bridge desde Prospect Point, en Stanley Park. Al llegar tuvimos que desistir porque unos mosquitos negros del tamaño de un puño nos intentaban devorar.
Nos acercamos caminando por la carretera hasta el puente de piedra que cruza Stanley Park Causeway para hacer fotos nocturnas del Lions Gate Bridge con los coches pasando, una de tantas fotos que Rafa tenía en su cabeza como imprescindibles.
Para rematar el día, recorrimos la carretera hasta la altura de la Third Beach, donde se veía la silueta de los cargueros iluminados con el ocaso, ya en la últimas, en el mirador Burrard Inlet, y continuamos hasta la zona del club náutico, cerca del memorial a la Reina Victoria. Aparcamos cerca de los totem y fuimos andando hasta el cañón Nine O’Clock Gun, desde donde se tiene la mejor panorámica del skyline de Vancouver.

Se nos había hecho tardísimo. Eran las 23h y a ver dónde nos daban de cenar a esas horas. Menos mal que los dinner, como en Estados Unidos, cierran tarde o incluso abren las 24h.
Nos fuimos a Denny’s, el mismo local donde habíamos desayunado, y nos metimos una buena cena. Pedimos dos chicken bacon classic (sandwiches de pollo con bacon), dos poutine (patatas fritas con trozos de cuajo de queso y salsa de carne, un plato típico canadiense originario de Quebec) y dos refrescos de cola. Todo salió por 50$CAD/32€.
Otro día que nos íbamos a la cama exhaustos pero satisfechos.
