Oporto día 3
Livraria Lello&Irmao · Torre dos Clérigos · Escadas do Codeçal · Ribeira · Tranvía a Foz do Douro · Festa de São João
23 de junio de 2017
No madrugamos en exceso, este día nos lo queríamos tomar con más calma. No habíamos pedido el desayuno en la habitación, así que decidimos ir a desayunar a un sitio muy chulo, Dama pé de cabra, situado frente al Jardim Marquês de Oliveira a 10 minutos caminando del hotel.
Nos tomamos el pequeño almoço, que de pequeño sólo tiene el nombre, un desayuno completísimo: dos zumos de naranja, café y chocolate con leche, huevos revueltos, tostadas (de pan rústico, de zanahoria y de calabaza) con crema de oporto y mermelada de grosella. Todo exquisito y el dueño muy servicial. A Rafa le pareció tan rica la crema de Oporto que no pudo resistirse y compró un tarro para llevarnos a casa.

Desde allí fuimos caminando hacia la Torre dos Clérigos (uno de los imprescindibles que ver y hacer en Oporto) por la Rua 31 de Janeiro (según una turista española que pasaba por allí, de Río de Janeiro). Repetimos la foto del día anterior, esta vez con cielo azul y sol, y entramos en una tienda de artículos para rockeros donde compramos una miniguitarra muy chula de Guns&Roses.
Nuestra intención era entrar en la librería que, según dicen, inspiró a J. K. Rowling en sus novelas de Harry Potter, Livraria Lello&Irmão. Pero al llegar allí, se nos quitaron las ganas. Aquello parecía un parque temático con una cola que daba la vuelta a la manzana. Normal que hubieran tenido que empezar a cobrar una entrada desde no hacía mucho (cuyo importe descuentan si se compra algún libro).
Livraria Lello&Irmão
- Horario de 10:00 a 19:00
- Entrada 5€ (este importe se descuenta si compráis algún libro). Si queréis visitarla, debéis comprar la entrada online y madrugar muchísimo.
- Cómo llegar: Parada Clérigos del tranvía 22

Pasamos de entrar, porque con tanta gente perdía el encanto, y nos metimos en unos antiguos almacenes (Fernandes, Mattos & Ca. Lda.) justo en la esquina de debajo, en un edificio del siglo XIX y con unas escalinatas de madera muy chulas. La tienda vendía juguetes, libros, menaje de cocina y desde los ventanales se tenían buenas vistas de la torre. Merece la pena visitarlo.
Fuimos directos a la Torre dos Clérigos y subimos los 225 escalones hasta el nivel superior donde se tienen vistas de toda la ciudad, aunque un poco encajonadas para nuestro gusto. La subida era un poco agobiante y había un colegio con un montón de niños de aquí para allá. Encima, para rematar, empezó a sonar el carrillón (es curioso pero un tanto molesto).

Torre dos Clérigos
- Horario: Todos los días de 9:00 a 19:00 (en algunas épocas hay un acceso nocturno de 19:00 a 21:00)
- Entrada: diurna 6€ / nocturna 5€
- Cómo llegar: Tranvía 22 (parada Clérigos) y autobuses 301, 305 y 801 (paradas Praça da Liberdade y Cordoaria).

Nos acercamos al hotel a dejar las bolsas que llevábamos y bajamos por las Escadas do Codeçal hasta la orilla de Ribeira. Recorrimos todo el paseo, viendo las coloridas fachadas con los balcones decorados, hasta la parada de Infante, unos 10 minutos, donde cogimos el tranvía 1 que llevaba hasta Foz, la desembocadura del Douro.
El recorrido nos gustó mucho, iba prácticamente todo el rato paralelo al río, recorriendo los barrios de Miragaia y Rainha D. Leonor. Tardó unos 20 minutos en hacer el trayecto completo hasta la parada de Passeio Alegre (os dejamos una entrada con toda la información sobre el transporte en Oporto).


Desde allí caminamos por la Avenida Dom Carlos I, siempre a orillas del río, hasta el acceso a los faros. Como ya era tarde, se acercaban las 14:00 y en Oporto se come bastante pronto, entramos en Oporto Café, justo en la esquina de la Avenida con Rua Dom Luís Filipe.
Era un local con decoración de estilo marinero, todo a rayas azules y blancas, tenía unos ventanales enormes con vistas al mar y una terraza acristalada, que es donde nos dieron mesa. Solo por eso ya nos estaba gustando.

Pedimos una ensalada de gambas, almejas à Bulhão Pato, bacalao a la Doña Emilia (era igual que el bacalhau a brás), unos lenguados con açorda, vinho verde para beber y una tarta de manzana para acabar. Nos pegamos una buena comilona por 70€, con unas vistas increíbles de la desembocadura y los faros (os dejamos más recomendaciones en la entrada qué comer en Oporto y dónde).

Con el estómago lleno nos acercamos primero al farolim de Felgueiras y luego al de Barra do Douro. Las playas de alrededor estaban llenas de gente. Después de fotografiar faros y playas recorrimos un trozo del paseo de Foz en dirección a Nevogilde (donde se localiza el famoso Castelo do Queijo, aunque nosotros no llegamos a él).
Hacía bastante calor, 23 de junio a pleno sol y mediodía os podéis imaginar. Nos fuimos de vuelta con el tranvía hacia el centro de Oporto, pudimos sentarnos en el lado que daba al río para disfrutar del recorrido con las vistas de la ribera contraria.
La vuelta desde la parada de Infante la hicimos pasando por el Palacio de la Bolsa y el Mercado de Ferreira-Borges en la Praça do Infante Dom Henrique (aquí nos dimos cuenta que las cabinas telefónicas de Oporto son como las de Londres).


Ya estaba todo listo para la fiesta de San Juan, música, barbacoas en cada esquina, farolillos… Y sólo eran las 17:30 de la tarde.
Nos fuimos a descansar por si la noche se alargaba, Rafa no es muy amante de las aglomeraciones y le daba bastante pereza la fiesta. Parecía mentira que con lo preparados que llevamos siempre los viajes, no nos hubiésemos enterado antes de que íbamos a Oporto el día de su fiesta grande.
Salimos directamente a la hora de la cena, bien descansados y dispuestos a disfrutar. Ya que estábamos allí queríamos parecer un tripeiro más. Tocaba buscar un sitio para cenar la noche del año con más gente en las calles en aquella ciudad (no habíamos reservado nada).

En la noche se São João, la mayoría de calles monta su propia verbena con música, asan sardinas y verduras a la parrilla y ponen una gran mesa para los vecinos y para la gente de fuera que quiera sentarse y pagar la cena. Nosotros somos bastante cortados para esas cosas, por lo que fuimos a buscar algún bar decente que nos diese de cenar.
Nos costó varios intentos, todos estaban llenos o reservados, pero al final encontramos mesa en la Praça Batalha, entrando a la Rua de Entreparedes. El Café Novo2 no tenía mala pinta, era un bar de barrio y estaba hasta los topes de lugareños, no podía comerse mal.
Nos sentaron en una mesa en un pequeñísimo salón, en el primer piso que tenía barandillas a la planta baja. Pedimos la cena típica de esa noche, caldo verde, pollo y costillar a la brasa, nos lo sirvieron con ensalada de pimiento y cebolla, arroz blanco y patatas fritas. Todo nos costó 22€, y aunque fue un poco lenta, cenamos de maravilla.


Ya que estábamos de fiestas, nos fuimos directos a la verbena de la Igreja de Santo Ildefonso y Batalha, nos compramos los típicos martillos de plástico y una cerveza en una de las barras. Listos para disfrutar del ambiente y de la música en directo. Después de un buen rato allí, pusimos rumbo al Miradoura da Vitória (la camarera de la cena de la noche anterior nos lo había recomendado para ver los fuegos artificiales en el río), eso sí, recibiendo martillazos en la cabeza sin parar. Al principio nos pareció incluso divertido, pero después…
No fuimos los únicos que tuvieron la idea de ir al mirador y la explanada estaba casi llena. Tuvimos suerte y conseguimos un sitio en segunda fila. Empezamos a ver cómo la gente lanzaba farolillos de luz, algo también típico esa noche, como en el sudeste asiático (a nosotros nos pareció una insensatez porque en ese momento había varios incendios activos en la zona norte de Portugal).

Poco después de la medianoche, comenzó el espectáculo de fuegos artificiales en la Ribeira y el Ponte Luís I. Nos pareció una pasada y eso que en Valencia estamos acostumbrados a este tipo de espectáculos las noches de Fallas, pero la disposición de las carcasas dentro del río y verlos desde arriba mejoraban mucho el espectáculo.
Al terminar, nos costó un buen rato salir del mirador, íbamos como sardinas en lata. Callejeamos hasta el hotel viendo las calles engalanadas y todos los vecinos de verbena por sus calles, de nuevo recibiendo un sinfín de martillazos que ya se hacía un poco pesado.
Nos pusimos los tapones y a descansar. Al día siguiente tocaba madrugar un poco.

