Copenhague día 1
Vuelo Valencia-Copenhague · Rådhuspladsen · Strøget · Slotsholmen
8 de octubre de 2015
El vuelo salía desde el aeropuerto de Valencia a las 9:30 así que tocaba madrugar para ultimar las maletas y coger el metro hasta Manises. Fuimos bastante ligeros pasando el control de seguridad y pudimos sentarnos a desayunar en el aeropuerto.
A las 9 anunciaron que el vuelo llevaba retraso. No nos gustan las escalas en Madrid porque siempre que las hacemos, alguno de los vuelos se retrasa y ya vamos nerviosos de más. Esperábamos llegar a tiempo para coger el siguiente avión (sólo teníamos una hora de escala).
Al aterrizar en Barajas a las 11:02 salimos corriendo por la T4 a ver si nos daba tiempo a embarcar, y tuvimos la suerte que la mayoría de vuelos estaban retrasándose por la huelga de controladores en Francia y el siguiente también llevaba retraso.
Nos pusimos en la cola de embarque con el corazón en la boca, pero todavía no había acabado la aventura. Al llegar al mostrador nos dijeron que, como el vuelo de Valencia venía con retraso, habían anulado nuestros asientos y los habían reasignado. Nos acordamos de la madre de Iberia Express (ha sido el único viaje que hemos hecho con esta compañía low-cost de Iberia y no la volveremos a coger; es, sin duda, la peor en la que hemos volado).

Después de un buen rato discutiendo con la azafata, nos dan unos asientos juntos al final del avión, los peores asientos que hemos probado, ni Ryanair tiene tan poco espacio para las piernas, que ya es decir.
Nada más despegar, la danesa maleducada que Rafa tenía delante, bajó el respaldo de golpe y casi le revienta las rodillas. Al pedirle que no lo bajase, la señora no quería cejar en su empeño y al avisar a la azafata para que hablase con ella, ya que si no Rafa no podía poner las piernas en su zona, nos dijo que lo hiciésemos nosotros. El ladrido que le soltó Rafa fue suficiente para que le dijese a la señora que dejase el asiento quietecito.
El viaje había empezado mal pero esperábamos que se recondujese. Intentamos relajarnos (y aplicar la filosofía danesa hygge) y pedimos algo de comida, ya que llegaríamos a Copenhague pasada la hora de comer.

La llegada al aeropuerto de Copenhague fue sin incidencias, compramos los billetes de tren en las máquinas automáticas y cogimos el tren DSB hasta la estación central (København H). Os contamos todas las opciones de traslado en la entrada cómo ir del aeropuerto a Copenhague.
Desde allí fuimos caminando los 550 metros que nos separaban del hotel Ansgar. Nos sorprendimos de la cantidad de bicicletas que había aparcadas por todos sitios.
Copenhague es la «ciudad de las bicis», con sus más de 400 km de carril bici y 600.000 vehículos, se disputa con Ámsterdam el puesto de ciudad con el mayor número de bicicletas por habitante (lo pudimos comprobar en nuestro viaje a Ámsterdam). Tenéis más datos curiosos en la entrada consejos y curiosidades de Copenhague.
Hicimos el check-in y dejamos las maletas arregladas en la habitación, que pese a ser pequeña era bastante cómoda. El hotel lo pagaba la universidad para la que Rafa trabajaba entonces, cortesía por haber presentado el póster en el congreso poniendo el nombre del centro; y estaba muy bien ubicado (os contamos todos nuestros consejos sobre el alojamiento en la entrada dónde dormir en Copenhague).
Cogimos nuestros bártulos de viaje urbano: mochila con los «apechusques» de la cámara, un par de paraguas, mapa, guía de viaje, y nos dispusimos a recorrer el centro de la ciudad, Indre By.

Pasamos por delante del Tivoli (uno de los imprescindibles que ver y hacer en Copenhague), el famoso parque de atracciones que ese día inauguraba la temporada de Halloween, y llegamos a Rådhuspladsen, la plaza del Ayuntamiento. Desde aquí recorrimos Strøget, una calle peatonal comercial muy larga, entramos a un par de tiendas de juguetes y a la Lego Store y acabamos merendando en un McDonalds de la plaza Kongens Nytorv. A nosotros los días de trayecto nos dan hambre, no sabemos por qué pero solemos hincharnos a comer.
En la calle Strøget podéis aprovechar para comprar los típicos souvenirs: algún objeto de porcelana danesa, galletas de mantequilla salada en su caja de metal, juguetes de piezas Lego, cuentos de Hans Christian Andersen, figuras de vikingos o imanes con los típicos buzones rojos de Copenhague o de la Guardia Real.

Empezó a chispear bajando por Sankt Nicolaj Kirke (una antigua iglesia reconvertida en centro de arte contemporáneo), aun así seguimos bordeando la isla de Slotsholmen (otro de los imprescindibles que ver en Copenhague), viendo el parlamento (Christiansborg), el edificio de la antigua bolsa con su curiosa torre en forma de cola de dragón enroscada, y acabamos entrando en la Biblioteca Real para refugiarnos de la lluvia.
El edificio es precioso, da al canal y tiene varios pisos con un espacio central con ventanales, tiene el apodo de Diamante Negro. En uno de los pasajes que comunican con el edificio antiguo vimos una escultura de la sirenita representada como un esqueleto mitad humano mitad pez. Nos encantó.

Al salir, había dejado de llover. Volvimos al hotel pasando por delante del parque de bomberos, nos entretuvimos haciendo unas fotos del reloj de la estación marcando las 20:15 (2015 fue el año que viajamos, somos así de frikis) y regresamos al alojamiento a hacer tiempo hasta la cena.
Cenamos en Cofoco, un restaurante a 5 minutos del hotel. Lo habíamos visto por la tarde y nos gustó la carta. Pedimos, rugbrød con mantequilla, grilled broccoli, nuggets, pork belly, zumo de maracuyá y de naranja sanguina, y de postre gammel knas y yoghurt-is. La cena costó 600 Kr (unos 80€), nos pareció carísima en ese momento.
