Tanzania día 3
Cocina en Mto Wa Mbu · Tribu Masai · Paseo en bicicleta
15 de marzo de 2023
Habíamos quedado a las 8:30 para desayunar sin prisas, pero en realidad una hora antes ya estábamos la mitad despiertos y danzando por el hotel, unos haciendo yoga, otros ejercicio y otros tomando un café tranquilos y haciendo fotos mientras Muasity nos preparaba el desayuno.
Nos sirvió salchichas, chapatis, tortillas a la francesa, pan tostado con margarina y mermelada de frutas tropicales, zumo de naranja, cafés y fruta fresca. En ningún momento del viaje nos quedamos con hambre, y menos algún plato puntual, todo estaba delicioso.
Salimos a las 9:30 rumbo a Mto Wa Mbu. Rafa le había pedido a Dani y a Yolanda poder ver cómo cocinaban las mujeres tanzanas, y como ese día estaba planeado ir a ver una comunidad Masai un poco más tarde, acordamos salir antes y los que quisiesen irían con Mama Diamond (la mama que nos daría de comer ese día) a cocinar con ella antes de ver la tribu, mientras el resto podía pasear por el pueblo. Después de ver la tribu volveríamos a comer al mismo sitio lo que habíamos preparado antes.

Nos quedamos con Ana Belén en el bar de Mama Diamond, y el resto se fue a recorrer Mto Wa Mbu. Mama Diamond era una mujer espectacular, le calculamos unos 50 años, muy guapa y con una sonrisa y un vitalidad increíbles.
Primero nos dijo lo que íbamos a ayudarle a preparar para la comida: pillaw (un arroz con una base de cebolla y tomate con carne, alguna verdura y especias pilau masala) y ugali (una masa de harina de maíz o yuca escaldada y tostada), las dos recetas más básicas de la comida tanzana (os explicamos más en la entrada qué comer en Tanzania). Nos puso a pelar unos ajos minúsculos, a picar chalotas y a limpiar el arroz del salvado que quedaba después del descascarillarlo.
Luego nos enseñó como cocía la carne de ternera para el arroz, una cocción muy larga en agua con sal y especias, y al acabar nos la dio para trocearla bastamente. Nos dio jengibre para pelar y majar en un mortero junto a los ajos y un poco de sal y nos fuimos al hornillo, unos trébedes en el suelo con carbón vegetal donde pusimos por un lado a freír las chalotas, hasta que estuvieron marrón oscuro, y por otro a escaldar y cocinar la masa de ugali sin parar de remover («changanya, changanya» nos repetía, que significa «remueve, remueve»). Una vez empezó a tostarse la masa, la sacamos a una bandeja para que enfriase. A la cebolla le añadió el arroz, la carne, el majado y las especias, cubrió todo con agua y lo tapó a fuego bajo.
En ese momento llegaron el resto para recogernos y visitar a los masai.

Vinieron a recogernos al punto de encuentro 4 motos. No nos salían las cuentas, éramos ocho, pero allí lo mínimo que sube a una moto son tres personas, dos pasajeros y el piloto (las llaman piki-piki). Allí estábamos nosotros con un conductor que era enorme también, bien agarrados para no escurrirnos, el trayecto era campo a través lleno de piedras y polvo, pero sorprendentemente nos pareció divertidísimo. Las cuatro motos iban en paralelo, parecía que íbamos haciendo una carrera, grabándonos unos a otros.
Nos dejaron en la puerta del poblado, aparcaron y al quitarse las enormes chaquetas que llevaban vimos que debajo iban vestidos con las típicas mantas masai de cuadros color rojo y/o púrpura.

Nos recibió Ole Koole, un chico masai de unos 25 años que hablaba inglés y sería el encargado de enseñarnos el poblado y explicarnos sus tradiciones.
Aunque aquí solemos contar con bastante detalle nuestras experiencias, que se suelen centrar en lo que estamos viviendo en ese momento, ésta en particular se basa en una mezcla de sentimiento y descubrimiento, por lo que no nos vamos a explayar explicando lo que nos contó Ole, pensamos que es algo que debéis vivir allí en primera persona.
Nos enseñó cómo construyen sus casas y nos explicó su manera de entender el matrimonio, la procreación y la función del hombre y la mujer en la vida de la tribu. El hombre hace poco, la verdad. De allí nos fuimos a otra entrada del boma (como llaman a sus poblados circulares itinerantes) y nos hicieron una demostración de los bailes que realizan cuando se reúnen para celebrar algo, animándonos a participar, cosa que hicimos encantados.

El baile tiene un sentido propio en su cultura y lo hacen cada vez que celebran algo, puede ser un matrimonio, un nacimiento o la lluvia, y durante él hay varios rituales bastante chulos (quien quiera saber más que nos pregunte o mejor que vaya a verlos).
Tras el baile fuimos a una de las casas de Ole y allí nos explicó como vivían y su día a día. Fue una conversación bastante divertida (Rafa traducía a los demás y transmitía las dudas que le surgían a Ole). En una momento de la conversación en la que él explicaba la parte sexual de su vida privada enfocada a procrear, le preguntó a Rafa si en Europa era igual y la conversación fue derivando al terreno mas polémico (la ablación) y Rafa acabó explicando como hacer un cunilingus. El joven masai se partía de risa sólo de imaginarlo y decía que eso era imposible. Una de las situaciones mas surrealistas y más divertidas del viaje que seguro que ninguno olvidará.
Al salir nos esperaban todos los niños del poblado, que nos habían estado espiando desde fuera, y mientras el resto se fue a ver los puestos de labores que habían montado las mujeres, Rafa, el más niñero de todos, se puso a jugar con ellos.

Estuvimos un rato viendo los objetos artesanales que nos ofrecían las mujeres y regateando con ellas (en Tanzania se regatea de forma habitual); nos llevamos varios recuerdos, sobretodo pulseras. Ole nos acompañó a la salida donde los motoristas nos llevarían de vuelta a casa de Mama Diamond.
Las mujeres salían con nosotros, algunas iban a las casas que había un poco mas lejos y otras a por agua o a por los rebaños. Ahí pudimos verlas mejor y nos fijamos que son mujeres realmente guapas, es algo bastante característico de sus tribus, las mujeres tienen una belleza especial.


Germán, que es muy aficionado a las motos, le pidió al masai si podía llevarla él de vuelta, más en broma que en serio, y para su sorpresa le dijo que sí, que podía llevársela y que alguien le llevaría a él. Ni corto ni perezoso se subió a la moto con Yolanda, los demás subimos con nuestros conductores y volvimos al punto de encuentro entre baches y risas.
Comimos el pillaw y el ugali que habíamos cocinado, con un guiso de alubias, acompañamiento tradicional de la zona, ensalada, unas verduras de hoja verde salteadas (parecidas a las espinacas), y boniato cocido. Como siempre había fruta fresca de postre y Africafé para todos.

Reposamos un poco la comida y Dani nos propuso la siguiente aventura: recorrer con un guía local y en bicis las diferentes zonas de Mto Wa Mbu, lo destacable de este pueblo es que había población de cada una de las 123 tribus que forman Tanzania.
Nos dieron una bici a cada uno y nos fuimos a recorrer los alrededores, primero paramos en los arrozales, que allí tienen dos cosechas anuales, y donde se nos sumaron un montón de niños que volvían de la escuela. Nos seguían corriendo y como vimos que no iban a desistir los subimos con nosotros a las bicis, con el permiso de nuestro guía.
Conforme íbamos pasando por las casas de los niños, éstos se iban bajando, habían tenido taxi gratis, y nosotros encantados. Bajamos en la zona de plataneras, donde nos explicó cómo los cultivan y cómo vive la gente de las plantaciones.
Seguimos entre caminos y charcos hasta un taller de ebanistería. Cada uno de estos negocios los regentaban miembros de diferentes tribus y nos estuvieron explicando parte de la cultura de la tribu y por qué estaban especializados en trabajar madera.
La penúltima parada era la que más esperábamos, una cervecería donde probamos una bebida fermentada de plátano (cerveza de plátano la llamaron ellos) y un par de licores también de plátano.

Acabamos la excursión visitando el mercado local de Mto Wa Mbu, lleno de puestos de verduras y frutas, condimentos y menaje de cocina, una zona de carnicerías, por supuesto nada estaba refrigerado y los puestos estaban muy apretados unos contra otros por lo que da demasiada sensación de oscuridad y apiñamiento. Aun así el aspecto de la verdura y la fruta era envidiable. Compramos algo de fruta para el camino, tuvo que regatear Walter, nuestro guía, ya que nos querían cobrar más del triple de lo habitual, la única vez que nos pasó eso en el país.
Habíamos quedado a las 18:30 con Dani para volver al hotel, bastante cansados de tanto trajín y con ganas de una ducha y una cerveza bien fría.

La ducha nos revivió lo suficiente para poder bajar a tomar una cerveza, aunque fue un tanto accidentada, se fue la luz a mitad de ducha y hubo que acabar a oscuras y casi sin agua porque la bomba que hacía subir el agua al primer piso era eléctrica.
Cenamos la deliciosa comida que nos preparó Muasity (ugali, chapatis, guiso de plátano, salsa de verduras, espinacas y más fruta fresca, como de costumbre) y además esa noche probamos la carne de cabra asada de la mano de dos masai, que iban cortándola con sus enormes machetes.
A dormir pronto que al día siguiente tocaba madrugón de nuevo. Próxima parada ¡EL SERENGETI!
