Canadá día 1
Vuelo de ida Madrid-Vancouver. Gastown, Chinatown, Grandville Island y atardecer en Sunset Beach
20 de julio de 2017
Nos despertamos a las 3:00 de la madrugada, aunque en realidad prácticamente no habíamos dormido nada por los nervios. Teníamos por delante muchas horas de avión con una escala en Frankfurt algo justa de tiempo.
El hotel ofrece en el vestíbulo un desayuno de cortesía durante toda la noche, un par de máquinas de café y algo de bollería (se nota que están acostumbrados a tener gente de paso).
El transfer del hotel nos recogió en la puerta a las 4:00 y en diez minutos estábamos en la terminal buscando los mostradores de facturación. Nos pusimos a hacer la cola hasta que nos dimos cuenta que había un mostrador exclusivo para Drop-off, y como teníamos hecho el check-in online, pudimos dejar las maletas rápido e ir directos al control de seguridad.
Solemos tener suerte y pasar los controles bastante rápido y sin incidencias, y así fue en esta ocasión.

Cuando llegamos a la puerta, vimos que habían retrasado el embarque hasta las 6:10, la hora prevista del despegue. Al final salimos con una hora de retraso e íbamos bastante nerviosos por si perdíamos la conexión. Lo bueno es que viajábamos con Lufthansa y nos dieron un almuerzo a mitad de vuelo, además aceleraron bien el avión porque llegamos sólo 20 minutos tarde.
Tuvimos que cambiar de terminal en el aeropuerto de Frankfurt, que es muy grande, por lo que hubo que correr un poco para llegar a la puerta de embarque. Llegamos justo cuando la abrían, y como llevábamos priority boarding, entramos de los primeros sin problemas. Uff, menudo descanso.
Nuestros asientos estaban en Economy Premium. A pesar de no ser primera, la verdad es que la diferencia con turista es importante, asientos muy anchos, con mucho espacio para las piernas, pantalla individual, colcha y neceser con amenities, un lujazo.
Nos acomodamos para pasar las 10 horas de vuelo lo mejor posible. Estuvimos cotilleando la ruta y vimos que el vuelo iba por el polo norte, sobrevolando Islandia y Groenlandia, dos posibles destinos (de hecho hicimos un viaje de 15 días por Islandia dos años después).

Dentro de lo que cabe, el vuelo no se nos hizo excesivamente pesado. Comimos, vimos alguna película, dormimos… La última hora y media sí que se nos hizo un mundo.
Aterrizamos en el aeropuerto de Vancouver a las 10:40 de la mañana (hora local). Teníamos casi todo el día por delante y estábamos reventados, aun así había que aguantar a pesar del jet-lag para acostumbrarnos lo antes posible a ese horario.
Salimos de los primeros y nos encantó el aeropuerto, lleno de columnas de piedra, esculturas de madera, cascadas, jardines. Todo muy rústico y acogedor. Fuimos directos al control de aduanas.
Había unas máquinas en las que pusimos la información personal y del vuelo, motivo del viaje y luego escaneamos el pasaporte. Se imprimió una especie de recibo con todos los datos, que tuvimos que presentar a un policía y, así de rápido y fácil, ya estábamos en Canadá.
Las maletas salieron enseguida y fuimos a buscar la parada del metro hacia Vancouver. No nos lo podíamos creer, pero sólo tardamos 30 minutos en salir del aeropuerto (pensábamos que las colas se parecerían más a las de EEUU).

Enfrente de la terminal estaba la estación del Skytrain, y la línea azul claro (Canada Line) iba directa del aeropuerto al centro, con una parada muy cerca de nuestro hotel. El billete sencillo para dos zonas nos costó 4,25$CAD (os dejamos toda la información sobre los traslados en la entrada cómo ir y venir del aeropuerto en Vancouver).
Tardamos unos 25 minutos en llegar a la parada de Yaletown-Roundhouse y de allí al hotel The Burrard solo había 15 minutos caminando. Nos sorprendió la amabilidad de los canadienses, en el ascensor de subida a la calle ya nos dieron conversación y nos preguntaron de dónde veníamos.
Nos dieron la habitación 217, en el segundo piso. Las habitaciones daban a un patio central ajardinado, con un aire a los edificios Art Decó de Miami, lleno de palmeras y vegetación tropical, con colores pastel algo llamativos y un toque años cincuenta. Nos encantó desde el primer momento.

Salimos a pasear en dirección al Downtown bajando por Burrard St. La zona estaba llena de rascacielos acristalados. Parecía una ciudad muy limpia y bastante tranquila, nos recordó una mezcla entre San Francisco, Nueva York y Boston. No nos extraña que sea la tercera ciudad del mundo con mejor calidad de vida después de Viena y Zurich según la consultora MERCER (aunque para nosotros está por delante de las otras dos).
Llegamos a la zona del puerto, donde ya había un poco más de movimiento de turistas, vendrían todos del megacrucero que estaba atracado. Justo delante encontramos un cartel que conmemoraba los 150 años de la fundación de Canadá, y cómo no, nos hicimos las fotos de rigor.
Llegamos al casco histórico de la ciudad, el barrio de Gastown, con calles empedradas, flores por las fachadas y las farolas y locales muy chulos.


En este barrio hay un antiguo reloj de vapor que cada 15 minutos hace un espectáculo de sonido y vapor de agua. Cuando llegamos a la esquina de las calles Water y Cambie, donde está situado, no había casi gente y pudimos hacernos un par de fotos, pero en 5 minutos se colapsó de turistas y decidimos seguir nuestro paseo.
Tras dar un par de vueltas buscando restaurante, nos sentamos a comer en Water St Café, justo en la esquina contraria al reloj. Tenía una terraza bastante agradable con una carta de platos que podríamos habernos encontrado en cualquier restaurante americano, con muchos platos de estilo italiano y otros tantos de parrilla.
Pedimos Crabs Cakes, salmón salvaje de British Columbia a la parrilla, un sorbete de fresa y mango, una tarta de doble chocolate y espresso y dos cervezas artesanales. La primera comida no fue barata, 90€CAD/60€, pero la verdad es que estaba buenísima y estuvimos a gusto.

Después de comer, fuimos caminando por Gastown hasta la estatua de Gassy Jack, el propietario de un bar del siglo XIX que contaba historias a los marineros y trabajadores del aserradero y del que toma su nombre este barrio.
Desde allí fuimos hacia Chinatown. En Pender St vimos la puerta de entrada y el curioso Sam Kee Building, el edificio comercial más estrecho del mundo. La zona era una de las peores de la ciudad (llena de vagabundos y drogadictos), ya lo habíamos leído, de hecho nuestra primera reserva de hotel fue en uno situado justo al lado de la puerta de Chinatown, y al leer que era mal barrio lo cambiamos. Menudo acierto, daba miedo hasta de día, salimos pitando de allí (esto fue en 2017, quizás haya cambiado).
Volvimos al puerto atravesando de nuevo Gastown, nos hizo gracia ver lo enamorados que están los canadienses de su bandera, la hoja de arce está hasta en los logotipos de McDonalds.

Nos sentamos en un banco frente al mar, delante del Vancouver Convention Centre y al lado de la gran escultura The Drop, que representa una gota de agua de lluvia de 20 metros de altura.
Estuvimos observando el otro lado de la bahía y nos llamó la atención que había un trasiego enorme de hidroaviones que iban y venían al puerto, luego vimos que las agencias organizaban excursiones sobrevolando la ciudad y los fiordos de alrededor.
Estuvimos paseando por la orilla del puerto, Seawall Water Walk, junto a los muelles donde se toman los hidroaviones y un poco más adelante los muelles deportivos.
Pasamos al lado de una escultura de Liz Magor que representa un cobertizo de pescadores sobreelevado que nos recordó mucho a un hórreo gallego. Allí nos sentamos en un banco, al lado de un puesto de perritos calientes (lástima que aún estuviéramos llenos de la comida, porque nos hubiéramos comido uno bien a gusto).

Volvimos caminando hacia el hotel por Burrard Street y decidimos visitar Grandville Island, aunque el mercado que montan allí ya estaba en parte cerrado. Miramos alternativas y rutas y al final decidimos ir por el puente Grandville Bridge. Escogimos el camino más complicado, el puente es una vía principal de entrada y salida de la ciudad en coche con 4 carriles en cada sentido y una mini acera de no más de un metro. Tardamos unos 35-40 minutos, pero se nos hizo más largo.
Eso sí, desde arriba las vistas son espectaculares, sobre todo a esa hora que el sol ya estaba bajando. Se tiene una panorámica muy chula de la bahía, el puente de Burrard Street y la ciudad.

Al llegar al recinto del mercado nos recibió una bandada de gansos que estaban buscando comida en las zonas ajardinadas. Los seguimos un rato y nos sorprendió lo poco que se asustaban de nosotros, nos rodeaban sin problemas.
Como ya hemos dicho, llegábamos tarde al mercado pero aún quedaban abiertos algunos locales de comida y cervecerías. Debía ser una zona muy chula para ver en pleno apogeo.
Después de un paseo por los alrededores vimos que se podía coger un ferry de la compañía Seabus que cruzaba al otro lado del canal. El billete cuesta 3$CAD/2€ y tiene una frecuencia de 10 a 15 minutos entre semana y de 15 a 30 los fines de semana. El nuestro tardó poco en llegar y en menos de 5 minutos nos estaba dejando al otro lado, en Hornby. Una alternativa perfecta para no tener que cruzar a pie los puentes.

A 10 minutos escasos de la parada del ferry está Sunset Beach, os podéis imaginar por qué es famosa. De los mejores atardeceres de la ciudad, si no el mejor.
La playa está perfectamente orientada al oeste y se ve ponerse el sol en el horizonte, entre las dos masas de tierra que cierran la bahía.
Nos sentamos en uno de los troncos que hay dispuestos por la arena para acomodarse y nos relajamos viendo la puesta de sol. Se estaba bastante tranquilo aunque la mayoría de troncos estaban ocupados por parejas o familias.
La estampa de los cargueros en el mar y el cielo naranja de la puesta de sol nos pareció preciosa. Sólo nos faltó tener una cerveza.

Una vez desapareció el sol, emprendimos el camino de vuelta la hotel. Esta vez lo hicimos por la calle Thurlow hasta Davie St, atravesando West End, una zona más residencial. Nos encanta ver los barrios residenciales de este tipo de ciudades.
Davie Street es la calle principal de la zona de ambiente gay de la ciudad. Todos los locales y tiendas están llenos de banderas arcoíris y hay varios locales nocturnos de ambiente. Recorrimos el tramo que hay hasta Burrard St y subimos a descansar al hotel.
Bajamos a cenar al restaurante que había pegado al hotel, Burgoo. Estábamos demasiado cansados para ir a buscar algo más lejos. La idea era ir a The Famous Warehouse a comernos una hamburguesa barata, pero el cuerpo no daba para más, y este local tenía buena pinta.
Cenamos sopa de tomate con ensalada Caesar y baguette de gambas con ensalada de espinacas. Junto a las 2 cervezas que nos bebimos, fueron 85$CAD/54€.
Para nuestro cuerpo eran las 6 de la mañana del día siguiente, estábamos muertos. Sólo esperábamos no tener mucho jet-lag y poder dormir.
