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Tanzania día 7

Lago Eyasi: Tribu Hadzabe · Tribu Datoga · Karatu

19 de marzo de 2023

La mañana empezaba fuerte, a las 5:30 habíamos quedado en la recepción del hotel para salir hacia el lago Eyasi. Teníamos que llegar al amanecer para poder acompañar a los Hadzabe, la tribu que visitaríamos ese día, a ir de caza. Era una actividad que no nos apetecía demasiado porque nos parecía demasiado impostada, pero luego veréis que estábamos muy equivocados y fue de lo mejor del viaje.

Bajamos de los primeros y tuvimos la suerte de poder tomar un café antes de subir al coche, la idea era desayunar a la vez que la tribu para entender sus costumbres. En una hora llegamos a la entrada del parque que delimita los márgenes del lago, la zona donde está asentada la tribu. Antiguamente vivían en el Serengeti y fue a la única que dejaron quedarse cuando se declaró parque nacional pero con la condición de no cazar hembras ni crías, condición que no cumplieron por lo que tuvieron que reubicarlos en esta zona.

En la entrada recogimos al que iba a hacer de guía e interprete, un chico tanzano que de pequeño había pasado largas temporadas con la tribu ya que su madre, antropóloga, estudiaba sus costumbres, y aprendió su lengua que consiste en diferente chasquidos y sonidos guturales.

Tardamos un rato más en encontrar a uno de los clanes, ya que son nómadas y cambian de lugar con frecuencia. Al llegar nos encontramos a los hombres preparando los útiles de caza, principalmente arcos y flechas que construyen y afilan ellos mismos, y fumando las pipas de marihuana que consumen durante todo el día.

Reunión matinal de los Hadzabe para preparar la partida de caza

En ese momento nos dimos cuenta que los prejuicios que teníamos sobre esa visita eran totalmente infundados. No había imposturas, eran ellos y eran así y así siguieron durante las cuatro horas que estuvimos con ellos, siendo naturales, auténticos.

Nos saludaron chocando el puño y haciendo un chasquido con la lengua, que intentamos imitar tímidamente, y nos ofrecieron las pipas, que rechazamos. El guía nos explicó qué estaban haciendo y ellos se prestaron a enseñárnoslo. Nos iban mostrando sus flechas y arcos y cómo encendían el fuego, mientras el guía explicaba los tipos de madera que usaban y las técnicas. No nos extenderemos mucho en ello para no hacer spoilers. Nos dejaron hacer fuego, cosa bastante divertida y más complicada de lo que parece, y nos animaron a ir con ellos a cazar.

Tipos de flecha Hadzabe
Haciendo fuego con los Hadzabe

Salimos de caza por lo alrededores. Estuvimos un par de horas en total caminando entre acacias, baobabs y cientos de arbustos impronunciables. Intentamos ir tras ellos, lo más callados que podíamos para ver cómo se desenvolvían, obviamente esta parte era una demostración ya que con ocho personas que no saben no hacer ruido detrás es imposible cazar bien, pero la idea era que viésemos un poco de la experiencia. El clan tenía otras partidas de caza que habían salido antes de llegar nosotros y estaban, seguramente, teniendo más suerte.

Cazaron un par de pájaros con una habilidad increíble y recogieron un nido lleno de crías, que iba a ser su aperitivo. Tras una hora de caminata pararon bajo la rama de un baobab y encendieron un fuego en un visto y no visto, mientras los demás desplumaban los pajaritos y los echaban al fuego. En no más de veinte minutos hicieron el fuego, asaron y se comieron su desayuno. Su costumbre es que lo primero que cazan, normalmente piezas pequeñas, se lo comen los cazadores que son los que abastecen de proteínas al clan. Las demás piezas las llevan al poblado y las comparten con mujeres y niños, que durante ese rato han salido a recolectar frutos y raíces silvestres para complementar la comida.

Hadzabe cazando aves en las acacias

Tras su desayuno, nosotros todavía no habíamos probado bocado y empezábamos a tener hambre, nos preguntaron si queríamos probar a lanzar con el arco, y como podréis entender dijimos que sí en el acto. Nos llevaron a su zona de entrenamiento, el cauce de un rio estacional (seco en ese momento) con una enorme raíz en el centro que les servía como diana. Estuvimos haciendo varios tiros, con mayor o menor éxito cada uno, no vamos a desvelar quién fue el mejor tirador.

Tras las bromas que hicieron los hadzabe sobre nuestra pésima puntería, nos fuimos a desayunar, con nuestro habitual picnic sobre el capó del coche. Estábamos emocionados por lo que habíamos vivido e intrigados por conocer al resto del clan, de momento no habíamos visto a ningún niño ni a las mujeres. Guardamos los huevos duros que iban en las bolsas de picnic para dárselos a ellos, ya que el resto de comida procesada no les sienta bien, les cuesta digerirla, y volvimos al poblado.

Aprendiendo a tirar el arco con los Hadzabe

Nos encontramos de nuevo con los hombres con los que habíamos cazado, les dimos los huevos y para nuestra decepción no esperaron a llegar al poblado a repartirlos, se los comieron ellos en un segundo.

De camino nos enseñaron las chozas que habían construido por allí y al llegar a lo que podríamos considerar el centro del poblado, donde se reúnen, comen y celebran sus ritos, vimos a varias mujeres, con aspecto de haber fumado bastante y varios niños a su alrededor. Uno muy espabilado que vino a chocarnos la mano a todos y otros tres con bastante vergüenza.

Nos enseñaron el resto de chozas con un orgullo que sorprendía, y se ofrecieron a hacer un baile tradicional que usan para dar la bienvenida cuando invitan a otros clanes o para celebrar cosas. Mientras ellos bailaban con el resto del grupo, Rafa se fue a ver si conseguía saludar a una niña que estaba sentada en el suelo y lo miraba con una mezcla de curiosidad y timidez. Tras un par de cosquillas y jugueteos la niña se fue a jugar con él, la balanceo en los brazos como un columpio y cuando miró para abajo vio que el resto de niños hacía cola a sus pies para que les hiciese lo mismo, fue un momento muy divertido y bastante mágico.

Jugando con los niños Hadzabe

Después del baile nos despedimos del clan y volvimos al coche, íbamos a visitar un poblado Datoga, la tribu que se disputó durante años las tierras del Serengeti y el Ngorongoro con los Masai. Son ganaderos y trabajan el metal para fabricar útiles de caza y joyas. Son los principales abastecedores de herramientas y armas metálicas de los hadzabe, que les intercambian por miel o piezas de caza.

Son una tribu encantadora, nos recibieron con los brazos abiertos y nos enseñaron las diferentes zonas del poblado: en una esquina y separado por una cerca estaba la zona de trabajo de metal, un montón de chatarra que se encargan de transformar favoreciendo el reciclaje, dos fuelles fabricados con vejigas de vaca avivaban un pequeño fuego sobre el que colocaban los cazos donde derretían los metales más blandos, que mezclaban para mejorar su resistencia y fuerza, y convertían en varillas. De esas varillas, usando el martillo y una piedra como yunque, sacaban los diferentes objetos.

Mujer Datoga en la sala común

La capacidad y la rapidez con las que lo hacen nos sorprendieron muchísimo. En cinco minutos convirtieron un trozo de barra corrugada de los restos de una obra en una punta de flecha afiladísima y con una parte dentada, puntas especiales para cazar monos. Al vernos interesados nos ofrecieron enseñarnos a trabajar con el fuelle y luego a trabajar el metal con el martillo, fue una experiencia muy gratificante.

Les compramos la punta que habían hecho para poder tenerla como recuerdo y para participar en la economía de la tribu ya que estaban perdiendo el tiempo con nosotros.

Trabajando metales con los Datoga

Nos invitaron a ver el interior de la choza común donde las mujeres se reúnen a cocinar, moler el grano, y preparar sus bebidas. Una sala de unos veinte metros cuadrados con el techo bastante bajo, no llegaría a los dos metros, bancos en las paredes y en el centro un enorme mojalquete de piedra.

Nos mostraron cómo muelen el maíz: una mujer cada vez llena la piedra con maíz y la tritura con ritmo enérgico y al compás de un soniquete que el resto de las mujeres van entonando para darle ánimos. Cuando acaba la canción cambia de mujer y así van pasando hasta que todo el maíz está molido.

En una sala contigua, mucho más pequeña y oscura, está la zona de cocción, con una esquina destinada al fuego y zonas donde apilar los enseres de cocina. La sala no tenía una buena salida de humos porque se usa el propio humo como método de protección contra los insectos que podrían invadir las paredes ya que están hechas de palos y una mezcla de barro y boñigas de vaca.

Mujer datoga moliendo maiz

Ya que estábamos a las orillas del lago Eyasi, Dani nos acercó a Mangola, un pueblo cercano donde Yolanda había estado de cooperación en un hospital cuando estudiaba enfermería. La idea era intentar encontrar al misionero con el que había estado. Ella no sabía que íbamos hacia allí y fue una sorpresa cuando llegamos y vio las puertas del hospital y la iglesia enfrente, llena de niños.

Al vernos bajar del coche salieron todos los niños a curiosear, Rafa intentó hablar un poco con ellos entre inglés y suajili pero les daba vergüenza hablar con nosotros, aun así estaban todos muy sonrientes y se hicieron una foto con todo el grupo.

Mientras tanto Dani habló con uno de los curas de la Iglesia y le dijeron que el padre Miguel Ángel no estaba ya allí, estaba en una zona cercana en otro proyecto. Todos decidimos que aunque era ya la hora de comer podíamos esperar y pasar por allí a verlo.

La excursión fue muy divertida, nos costó un buen rato localizar la iglesia donde se suponía que estaba y cuando llegamos la gente nos recibió encantada, nos hicieron sentar en los bancos y se pusieron a cantar. Llevábamos allí 5 minutos bastante sorprendidos por el recibimiento y disfrutando de los cánticos (que sonaban como una misa gospel) cuando nos dijeron que el padre no pertenecía a aquella iglesia.

Foto de grupo con los niños de la iglesia en Mangola

Entre avergonzados por molestar y curiosos por saber el motivo de habernos recibido así sin saber quienes éramos, nos fuimos al coche y volvimos a intentarlo más adelante. Localizamos la escuela que estaba poniendo en marcha, pero estaba vacía y no se veía a nadie hasta que vino un chico y nos indicó que estaba en lo alto de la colina que teníamos delante. Los caminos eran bastante malos y él nos dio un par de iniciaciones fallidas, al final se subió al coche y nos llevó a la puerta de la casa del misionero.

Estuvimos allí un rato contándole nuestro vieja e interesándonos por su vida allí y por sus proyectos en la misión, nos dijo que necesitaba sanitarios para montar un centro asistencial y casi nos dieron ganas de quedarnos unas semanas a echarle una mano.

A las 15h volvimos al hotel de Karatu, emocionados por haber conocido tantas cosas en un solo día y por ver que las tribus ancestrales del país seguían con sus costumbres sin verse pervertidas por el turismo.

Iglesia cerca de Mangola donde nos recibieron cantando
Estado de los caminos alrededor del lago Eiyasi

Al llegar teníamos preparado el bufet con pasta, salsa boloñesa, ensaladilla rusa, ensalada de verduras y aguacate y algo de fruta fresca. Estábamos bastante cansados y necesitábamos un descanso pero decidimos que era mejor no parar y como habíamos quedado que esa tarde íbamos a comprar regalos y recuerdos para llevar a casa, después del café fuimos caminando a una tienda cercana.

Era una tienda preparada para turistas, con cientos de productos de artesanía de Tanzania, desde máscaras y piezas de madera tallada, hasta mantas masai y joyas. Dani nos dijo que regateáramos, que era la costumbre, y nos pusimos a ello. Salimos todos de allí con bolsas con varias cosas y volvimos al hotel, esta vez sí, a descansar.

Nos pegamos una buena ducha y recogimos las cosas de la maleta para dejarla lista para el día siguiente. Nosotros decidimos que en vez de tumbarnos en la cama preferíamos bajar a la terraza a organizar las fotos en el ordenador y guardar el cansancio para dormir esa noche del tirón, a veces las siestas nos desvelan.

A media tarde fue apareciendo gente y a las 19:30 ya estábamos todos abajo con las cervezas y el embutido echando unas risas. Nos dieron de cenar sobre las 21h y esa noche no pudimos alargar mucho, tuvimos que retirarnos de los primeros e irnos a dormir.

Comida bufé en Karatu Safari Camp Lodge
Felices, de paseo por Karatu

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