Milán día 2
Cenacolo Vinciano · Lago di Como
7 de octubre de 2016
El despertador sonó a las 6:30 de la mañana, otro madrugón. Habíamos reservado dos meses antes las entradas para ver «La última cena» de Leonardo da Vinci y sólo quedaban para las 8:15.
Las visitas tienen una duración de 15 minutos en grupos muy reducidos, por ello es imprescindible reservar con muchos meses de antelación. Nosotros hicimos la reserva al Cenacolo Vinciano con GetYourGuide.
Desayunamos en el buffet del hotel, lo teníamos incluido en la habitación, era bastante completo aunque la zona de desayuno nos pareció algo pequeña. Tomamos zumos, café con leche, tostadas, bollería casera y fruta.
Cuando salimos del hotel, estaba amaneciendo. Fuimos al Cenacolo Vinciano atravesando el Castello Sforzesco, el patio nos pareció enorme.

Castello Sforzesco
- La entrada el recinto del castillo es gratuita con un horario de 7:00 a 19:30, pero para acceder a las estancias y edificios, que albergan varios museos de arte e historia, hay que pagar 5€.
- Horario del museo de 10:00 a 17:30.
- Cómo llegar: línea M1 de metro (parada Cairoli), tranvías 1 y 4 (paradas Cairoli y L.go Cairoli 2).
A las 8:05 llegábamos a la basílica de Santa Maria delle Grazie, habíamos quedado allí con la representante de GetYourGuide, la empresa con la que habíamos reservado. Éramos un grupo pequeño, nos dieron las entradas en la taquilla y entramos directos al Cenacolo Vinciano (uno de los imprescindibles que ver y hacer en Milán). Nos dejaron 15 minutos para ver el fresco de Leonardo, no era mucho tiempo pero nos pareció suficiente.
Siempre que vemos el cuadro nos pasa lo mismo a los dos, no podemos evitar acordarnos del libro y la película “El Código Da Vinci” y lo analizamos como lo hacen los protagonistas, todo muy irreverente.

Sobre las 8:30 ya íbamos camino a la estación de Cadorna, el plan del día era ir al Lago di Como. Tuvimos un poco de jaleo para poder comprar los billetes de tren, había varias máquinas estropeadas y en las otras mucha gente, pero finalmente pudimos subirnos en el tren que salía a las 9 hacia la estación Como Nord Lago (podéis comprar los billetes de tren a Como online).
Tardamos una hora en llegar, nos sorprendió lo grande que era el pueblo. La estación estaba casi a orillas del lago, nos gustó mucho el entorno cuando salimos del tren. Nos fuimos directos a la estación del funicular de Brunate, había un poco de cola porque una turista no se aclaraba para comprar un bono. Tardamos 15 minutos en poder comprar los billetes y subir al funicular, tuvimos suerte y pudimos entrar en el que salía en ese momento.
Funicular de Como-Brunate
- Horario de 6:00 a 22:30 (sábados y periodo estival hasta las 0:00)
- Billete sencillo 3,10€ (5,70€ ida y vuelta)
- Cómo llegar: la terminal inferior del funicular se encuentra a 450 metros de la estación de tren Como Nord Lago, caminando por Lungo Lario Trieste

El trayecto duró unos 7 minutos, era precioso ir viendo cómo se abría el lago conforme íbamos subiendo y muy divertido ver el cruce con el funicular que hacía el recorrido en sentido contrario.
Una vez arriba, nos acercamos a la iglesia de Sant’Andrea Apostolo buscando el mirador, pero nos perdimos en el entramado de callejuelas del pueblo, no nos habíamos parado a mirar las señales. Como estábamos hambrientos, nos sentamos en la terraza de una cafetería con una vista excepcional a tomar un par de chocolates y un trozo de tarta.

Por fin encontramos el mirador al lago, estaba justo en la dirección opuesta, aunque la parte de arriba que habíamos paseado antes tenía mucho encanto y no había prácticamente turistas, por lo que había valido la pena perderse. Las vistas de Como y el lago desde allí arriba eran espectaculares y estábamos teniendo suerte con el día.
Bajamos a Como en los primeros asientos del funicular. Pudimos hacer un vídeo a cámara rápida de la bajada, es casi una tradición cada vez que subimos en uno de estos transportes o en un teleférico.


Caminamos bordeando el lago en dirección al Templo Voltiano, y a medio camino, en la Piazza Cavour, nos encontramos un mercado de alimentos tradicionales de las diferentes regiones italianas.
A Rafa le hicieron los ojos chiribitas, una de las cosas que más le gusta en un viaje son esos mercados. Dimos una vuelta parando en cada uno de los puestos y compramos un bolsa de taralli variados, unos rollitos de masa salada de varios sabores típicos de Puglia.

Frente al extremo oeste de la plaza vimos las taquillas del ferry que recorre el lago di Como, parando en los pueblos de la orilla. Compramos dos billetes con destino Bellagio. El barco salía a las 13:30, nos quedaba una hora que aprovechamos para recorrer los Giardini del Templo di Volta.
Los jardines no eran muy grandes, se encontraban entre el estadio de fútbol y el puerto y estaban dedicados a Volta, el famoso físico inventor de la pila eléctrica (el voltio lleva ese nombre en su honor), hay un templo neoclásico al final del parque construido para conmemorar los cien años de su muerte.

El trayecto por el lago hasta Bellagio duró una hora. Fue un recorrido precioso en esa época del año, las laderas estaban verdes y salpicadas de ocres, y los pueblos coloridos con la luz del mediodía estaban increíblemente saturados.
Hizo paradas en Argegno, Lezzeno, Lenno, Tremezzo y Menaggio (el revisor insistió varias veces que era ME-NA-GGIO no BE-LLA-GIO). Siempre nos llama la atención lo rápidas que son las paradas en los ferrys y la habilidad que tienen los marineros para amarrar y soltar en cuestión de segundos.


Al bajar en Bellagio ya teníamos hambre y lo primero que hicimos fue buscar un sitio para comer. Estaba todo bastante lleno, era un pueblo muy turístico. Encontramos mesa en la terraza del Hotel Florence. La mesa estaba justo al borde del lago y nos encantaron las vistas, comer allí al sol fue una maravilla.
Pedimos dos cervezas bien frías, una insalata caprese, un panino de speck, otro de salame milanese y una porción de Miascia (una tarta típica de frutas y avellanas). La comida costó 41€, puede parecer algo cara para dos bocadillos, pero el entorno era tan espectacular que nos pareció perfecto.

Después de comer, fuimos a recorrer el pueblo. Primero nos acercamos al muelle del pequeño puerto que hay junto al restaurante La Punta, desde allí tuvimos una panorámica chulísima de los tres brazos del lago.
Volvimos por la parte de arriba del pueblo, con las callejuelas estrechas y llenas de comercios artesanos, las fachadas del color terracota tan típicas de esa zona y las calles empinadas desde donde se podía ver el valle, un sitio precioso.

En un principio teníamos planeado volver a Como para coger el tren de vuelta, pero estando en Bellagio nos dimos cuenta que podíamos ir a Varenna, estábamos más cerca, y cogerlo allí. Además así veíamos más parte del lago y un trayecto diferente del tren.
Cogimos el ferry a las 17 y en 15 minutos llegamos al puerto. Habíamos hecho el trayecto sentados en la cubierta superior, al aire libre, disfrutando del último sol de la tarde. El tren salía desde la estación a las 17:40, no tuvimos tiempo de recorrer prácticamente nada de Varenna, pero lo poco que vimos nos encantó.
El recorrido en tren transcurría entre montañas hasta Lecco, que en ese momento estaban de un verde intenso por la luz del atardecer, y de allí hasta Milano. En total una hora de viaje.


Llegamos a la Stazione Centrale a las 18:40. Por dentro era igual de mastodóntica que por fuera y con un aire imperialista que, la verdad, no es nuestro tipo de arquitectura preferido. Fuimos caminando hasta el hotel y estuvimos descansando un rato en la habitación.
A las 20:00 bajamos al barrio de Brera, el día anterior nos encantó el ambiente y queríamos repetir. Buscando un sitio para tomar el aperitivo, vimos un japonés que ofrecía por 16€ el primer cóctel y un bufé libre de comida japonesa. Nos hizo gracia cómo se había adaptado a la ciudad y entramos a tomar algo allí. Pedimos un Aperol Spritz y un Bloody Mary y, como el bufé estaba bastante bien, cogimos bastante comida. Ya teníamos la cena.

Al salir fuimos a pasear buscando una heladería, nuestro vicio italiano confesable. Recorrimos Via Manzone, seguimos por Montenapoleone, llena de palacios con fiestas algo extrañas y tiendas de lujo y llegamos hasta los Giardini Pubblici. Estaban cerrando los jardines, pero las vayas eran de risa y la gente entraba y salía igual.
Llegamos al hotel sin haber podido encontrar una heladería abierta y con necesidad de dormir.
