Islandia día 8
De Egilsstađir a Hof. Fiordos del Este
REYÐARFJÖRÐUR – FÁSKRÚÐSFJÖRÐUR – DJÚPIVOGUR – STOKKSNES – JÖKULSÁRLÓN – DIAMOND BEACH – FJALLSÁRLÓN – ADVENTURE HOTEL HOF
31 DE MAYO DE 2019
Nos levantamos de los primeros e hicimos un buen desayuno aprovechando que era bastante completo. La dueña del hotel nos dijo que habíamos sido los últimos en llegar la noche anterior y los primeros en irnos, que se notaba que aprovechábamos mucho cada día de viaje. Nos caló enseguida.
Hoy tocaba un día de mucha carretera. Pusimos rumbo al sureste bordeando los fiordos. Una zona menos conocida pero que tiene mucho encanto, montañas que se desploman en valles verdes y acantilados sobre las lenguas del mar, pequeños pueblos a orillas del agua, cascadas a pie de carretera.
Cuando llegamos a Reyđasfjörđur, nos desviamos de la carretera principal para tener una panorámica del pueblo de frente y un pequeño grupo de ovejas cruzó delante de nosotros. Íbamos muy despacio pero las pobres huían despavoridas.

Era una gozada ir solos por la carretera y encima nos acompañaba el sol después de los últimos días de nieve y nubes. Paramos al final de Fáskrúđsfjörđur, las vistas de todo el fiordo eran increíbles.
Seguimos la ruta disfrutando del paisaje, bordeando fiordos y acantilados y atravesando pequeños y coloridos pueblos como Stöđvarfjörđur.

Hicimos una parada para estirar las piernas en una playa con un acantilado de color verdoso y con unas vistas muy chulas al mar y la montaña de enfrente, Búlandstindur, cubierta de nubes. Había conchas y mejillones también de color verde, muy curioso.
A medida que íbamos acercándonos al sureste, el cielo se veía más nublado a lo lejos y cada vez hacía más viento. Después de 250 km de ruta, llegamos al desvío de Stokksnes, uno de los imprescindibles que ver en Islandia que ver en Islandia.

La carretera de acceso era de grava y con un firme no muy bueno. Dejamos el coche en el aparcamiento de la cafetería Viking Café, donde había que pagar la entrada para poder llegar a la playa (900 ISK por persona, que se pueden pagar en el mostrador o en una máquina expendedora fuera).
Subimos de nuevo al coche, pasamos la barrera y aparcamos al final del camino, junto a las dunas. El paisaje era espectacular, la playa de arena negra rodeada de dunas, el agua haciendo olas bajas sin parar y la montaña Vestrahorn de fondo coronada por una niebla mística. Nos quedamos hipnotizados.

Continuamos la ruta caminando por los acantilados para ver si teníamos suerte y veíamos alguna foca nadando o en las rocas, pero ni rastro de ellas. Al menos, las vistas eran bonitas.
Volvimos al coche y cuando regresábamos a la cafetería, paramos a mitad de camino para bajar de nuevo a la playa y hacer unas cuantas fotos en una zona donde el agua de las olas se estancaba y las montañas se reflejaban como si fuera un espejo. Una pasada de lugar.

El tiempo estaba empeorando y cada vez hacía más viento. Paramos en un área de descanso a comernos nuestro menú islandés, adivinad, bocata y pasta de sobre. Tuvimos que comer dentro del coche mientras las ráfagas de viento lo zarandeaban.
Al pasar el pueblo de Höfn, el paisaje cambió radicalmente, se veían las múltiples lenguas del glaciar Vatnajökull que se deslizaban por los valles. Continuamos bordeando el glaciar hasta llegar al aparcamiento de la famosa laguna de icebergs de Jökulsárlón.
Aquí se notaba más el turismo. El aparcamiento estaba a reventar de coches y había varios puestos de comida y multitud de empresas que ofrecían paseos en lancha.

La laguna tenía un tono azulado y estaba repleta de icebergs de todas las formas y tamaños que se desplazaban lentamente hacia el mar, pero lo que había montado alrededor le quitaba un poco el encanto y encima el tiempo tan gris no acompañaba.
Estuvimos un rato paseando por la orilla y de repente empezamos a ver unas cuantas focas nadando entre icebergs. No nos lo podíamos creer, eran 3 ó 4 focas nadando y jugando.
Cuando desaparecieron tras los grandes bloques de hielo, cruzamos con el coche al otro lado de la carretera, donde desemboca el agua de la laguna en el mar arrastrando con ella trozos de iceberg. La playa de arena negra queda salpicada de piezas de hielo que brillan al sol, por eso se la conoce como Diamond Beach.
Recorrimos un buen trozo de playa, así nos alejábamos del resto de turistas que se apiñaban justo en la entrada. Nos pareció preciosa pero esperábamos trozos de hielo más grandes.

Volvimos a ponernos en marcha hacia Fjallsárlón, otra laguna más pequeña y de tonos marrones, pero con mejores vistas de la lengua del glaciar que la forma. Así como en Jökulsárlón impresionan los enormes trozos de hielo a la deriva, aquí se tiene más consciencia de la magnitud del glaciar, aunque el día no acompañaba mucho y la niebla ocultaba parte de él.
Volvimos a tener suerte y cuando estábamos pensando en irnos aparecieron un par de focas, llegaron a acercarse bastante a la orilla y pudimos verlas bien. Ya lo teníamos todo, era hora de ir al hotel a registrarse.

El Adventure Hotel es una de las 20 casas que forman la población de Hof. Es una pequeña aldea con mucho encanto, edificios blancos con tejados rojos, una iglesia cubierta de turba, un pequeño cementerio y rodeada de pastos y ovejas por todas partes. Aquí el sol brillaba y el cielo estaba azul (el tiempo loco de Islandia).
Al registrarnos le estropearon a Antonio la sorpresa que tenía preparada, ese día era el 40 cumpleaños de Rafa y había reservado mesa en el restaurante del hotel y una tarta para celebrarlo. La chica de recepción destripó los planes pero a Rafa le encantó igualmente el detalle.

Subimos a la habitación, era pequeña pero muy chula, con un ventanal con vistas a la montaña y el valle. Iba a ser el primer hotel donde repetiríamos noche, así que pudimos acomodar un poco más las maletas y la ropa.
Bajamos a recorrer el pueblo y nos sentamos en recepción a tomar una cerveza artesana local Vatnajökull, mientras revisábamos fotos haciendo tiempo hasta la hora de la cena. Nos sentamos a las 20:00.

De primero tomamos la sopa del día, era de verduras y estaba exquisita, de segundo un pastel de carne de cordero y un salmón al horno. Las raciones eran enormes y nos las sirvieron con pan artesano y mantequilla de oveja, una de las mejores que hemos probado.
Los camareros volvieron a fastidiar la sorpresa preguntando si queríamos postre. Antonio tuvo que decir que ya estaba encargado, poniendo cara de pocos amigos.
Sacaron una tarta hecha con 5 magdalenas enormes cubiertas de chocolate y una vela mientras cantaban cumpleaños feliz en islandés, muertos de vergüenza. Nos comimos un buen trozo y con el resto invitamos a los pocos comensales que quedaban en otras mesas. Fue un cumpleaños perfecto (el sablazo fue importante, pero era un día muy especial: 17600 ISK/127€).

