Toscana día 10
Lucca · Vuelo de vuelta Pisa – Valencia
4 de junio de 2017
Habíamos decidido madrugar para aprovechar al máximo el último día, a las 9:30 ya habíamos desayunado, recogido la habitación y hecho el check-out. Nos quedaba una hora y media de coche hasta Lucca, último destino de nuestra ruta y otro de nuestros imprescindibles que ver y hacer en la Toscana.
Era una ciudad más grande que el resto de visitas que habíamos hecho los últimos días y con más turismo. Pudimos aparcar dentro de la muralla que separa la antigua ciudad fortificada de las ampliaciones modernas. Entramos por Porta Elisa y nos metimos a la derecha, en una zona arbolada llena de sitios de aparcamiento controlado por horas. Como era domingo no tuvimos que pagar.
Empezamos el paseo por Via Elisa, donde nos encontramos de casualidad un mercado de artesanía y productos locales dentro de la Villa Bottini. Era un antiguo palacete rodeado de unos jardines espectaculares, con unos salones enormes y techos abovedados decorados con frescos renacentistas.
Tanto en el jardín de acceso como en cada sala había varios puestos con diferentes productos, algunos músicos tocando en directo y puestos de comida en la parte trasera.

Atravesando Porta San Gervasio, tras cruzar el foso que separaba las murallas de las puertas de acceso a la antigua ciudad medieval, subimos hacia el norte. Íbamos buscando la Torre Guinigi, de 44,25 metros con un jardín en lo alto, y la famosa Piazza dell’Anfiteatro.
Hicimos un alto en el camino para almorzar en Bistrò Piqui, un local con mesas altas y una barra llena de paninis, focaccias y surtidos de bollería y dulces. Pedimos dos refrescos y un panini para hacer tiempo.

Torre Guinigi
Horario: de 9:30 a 16:00 en invierno, hasta las 17.30-18:30 en primavera y otoño, y 19:30 en verano
Entrada: 5€
Dirección: Vía Sant’Andrea, 45
Pasamos bajo la torre, a la que se podía subir, pero como el día estaba muy nublado y con algo de niebla decidimos no hacerlo, no iba a haber buenas vistas. Llegamos a la plaza ovalada, formada por las fachadas de los edificios en los que había pasajes por los que acceder a ella. Había mucha gente tanto por los alrededores como dentro, los comercios estaban casi todos abiertos y los bares llenos.
La cruzamos de lado a lado, pasamos por la Basílica de San Frediano y por la Via Cesare Battisti hasta la Chiesa di San Michele in Foro. La Piazza San Michele era muy amplia y dio para unas buenas fotos de la iglesia. Eso sí, seguía estando todo atestado de turistas.


Llegamos hasta la Piazza San Martino, donde estaba la catedral, que tenía una cola kilométrica para entrar, cruzaba toda la plaza y llegaba hasta la Chiesa dei Santi Giovanni e Reparata, en la esquina opuesta.
Desde allí hicimos el camino a la inversa, volviendo por San Michele, la Torre delle Ore y el Anfiteatro, para comer en el restaurante Anna e Leo, junto a la basílica de San Frediano, donde habíamos reservado una mesa para comer.

Era una osteria-tienda, con 5 ó 6 mesas en un pequeño salón al fondo. Mesas de madera y manteles de cuadros rojos y blancos, y un cartel que decía «osteria típica» nos invitaron a comer allí. Pedimos un plato de spaghettoni freschi cacio e peppe, una de las pastas preferidas de Rafa, lasagna al ragú alla Nonna Nilde y agua para beber. Rafa se tomó el último ristretto que le supo a gloria. Nos salió por 21€. Baratísimo.

A las 14:30 cogíamos el coche para ir al aeropuerto de Pisa, llegamos en 30 minutos hasta la zona de alquiler de coches. Pusimos gasolina justo antes de entrar para devolver el depósito lleno, y pasamos la inspección sin incidentes.
Con nuestra habitual rapidez en los aeropuertos, dos horas y media antes de la salida del vuelo ya habíamos facturado, pasado el control de seguridad y estábamos sentados en la pequeña e incómoda zona de espera de Ryanair.
Aterrizábamos en el aeropuerto de Valencia a las 21:00, con 30 minutos de retraso, y unas cuantas turbulencias por una tormenta sobre la ciudad. Como siempre, ya estábamos con la cabeza puesta en el viaje a Oporto que emprenderíamos 17 días después.
