Tailandia y Singapur día 16
Koh Yao Yai día 1
Traslado en barco a Koh Yao Yai
15 DE MARZO DE 2019
Nos despertamos temprano y desayunamos en el hotel. Estábamos prácticamente solos y el desayuno era completísimo, con tostadas, bollería, zumo, café y fruta fresca. Ya se notaban el calor y la humedad a pesar de ser las 8 de la mañana.
Al hacer el check-out, pedimos que nos reservaran la misma habitación para cuando regresáramos dentro de 4 días, y lo hicieron encantados. Nos llevaron en el transfer gratuito al aeropuerto. No íbamos a coger ningún vuelo, pero allí nos recogían del hotel de Koh Yao Yai.
En 5 minutos estábamos ya en la nueva terminal, en las puertas de salida 3-4 de la primera planta, donde nos estaba esperando la representante del Santhiya Resort & Spa entre miles de representantes de otros hoteles, todos ellos con el cartel de su establecimiento.

Nos llevaron en furgoneta hasta el puerto Ao Po Grand Marina, al otro lado de la isla. El conductor era un chungo, iba a toda leche por la carretera, adelantando y pitando, y no tuvo otra ocurrencia que ponernos el móvil en un soporte en el salpicadero reproduciendo un vídeo de gogós bailando en la playa de Pataya (parecía Magaluf en Mallorca). No sabíamos si llegaríamos vivos al destino.
Una vez en el puerto, entramos en una sala de espera con decoración típica de la zona, todo forrado con madera tallada, y nos ofrecieron unas pastas de coco con té mientras hacían el check-in. Todo resultó más fácil de lo que habíamos leído en algún comentario.
A las 10:30 salimos en lancha rápida hacia la isla de Koh Yao Yai. La embarcación era muy cómoda, con asientos para 12 pasajeros, y el trayecto de 20 minutos se nos pasó volando. Los paisajes con los típicos islotes kársticos, altos y redondeados, llenos de vegetación, y el mar azul turquesa, dieron para unas cuantas fotos y vídeos.

Al llegar nos recibieron en el muelle privado del hotel y nos presentaron a Film, el encargado de enseñarnos el hotel, llevarnos a la habitación y también sería quien nos resolviese cualquier duda durante nuestra estancia. Un chaval tailandés majísimo, que había vivido en Barcelona y chapurreaba un poco de español.
Teníamos reservada una villa con piscina, con acceso al Club Villa Lounge. Como la habitación no estaba lista, nos llevaron en una songthaew hasta la zona de la villa y el lounge. El resort tiene un complejo enorme con varias zonas de restaurantes, varios edificios con habitaciones, zonas de villas privadas con piscinas, acceso a varias playas, etc.
Para moverse hay tres líneas de songthaews de madera que van de una zona a otra, lo normal es que no tarden más de 5-10 minutos en pasar por las diferentes paradas. Nosotros no esperamos en ningún momento más de 5 minutos, además, por estar en una villa privada, podíamos llamar para que nos recogiesen en nuestra puerta.

Nos llevaron en uno de los transfer hasta el Club Villa Lounge y nos pusieron algo de comer y beber mientras esperábamos con unas vistas espectaculares. Era una villa con piscina infinity mirando al mar, adaptada con zona de hamacas, una recepción donde podríamos hacer el check-out el día de salida sin colas, y servicio de snacks, y bebidas calientes y frías las 24h incluido en el precio de la habitación. Además, se accedía a una pequeña cala en la que nunca había nadie, una pasada.

En 30 minutos nos llevaron a nuestra habitación, que estaba justo enfrente. Nos quedamos sin palabras, había sido la pijada del viaje, y era mucho más de lo que esperábamos. Una villa de madera rodeada de selva con sala de estar, un enorme vestidor con dos escritorios, el dormitorio con una enorme cama mirando al mar y con salida directa a la enorme piscina infinity de 10 metros por 4, una bañera al aire libre en un lateral y detrás, un baño exterior completo con dos duchas.
Pasamos toda la mañana en la habitación, disfrutando de la piscina y las vistas. Una de las mejores cosas que tenía la villa, por decir algo más, era que ni veías a los de las demás villas, ni podían verte a ti, por lo que la sensación de inmersión en la selva era total. Al tumbarnos, veíamos la vegetación de alrededor, algún mono saltarín, y el mar de Andamán salpicado de islotes con el agua en calma.

Bajamos al área principal del resort a comer, ya que allí había varios restaurantes y podíamos elegir mejor. Decidimos sentarnos en el bar de la playa, The Titan Grill, que ofrecía comida tailandesa, hamburguesas y brasa, con vistas al embarcadero. Tomamos Pad Thai de pollo y cerdo especiado a la brasa con dos refrescos por 510 baths/13,70€ los dos. No nos pareció nada caro para estar donde estábamos.
Después de la comida, dimos un paseo por el complejo para ver el resto de restaurantes, las piscinas y la zona de la playa y volvimos al club a tomar el café.

Pasamos la tarde en la piscina hasta la hora del atardecer. Bajamos a verlo desde el Club con un Bloody Mary cada uno, aprovechando el 2×1 en cócteles que había cada tarde. Allí atardece muy pronto, como ya os hemos dicho en otras entradas, así que todavía nos quedaban por delante unas horas antes de la cena. Y sí, volvimos a nuestra piscina a bañarnos. Adictivo, la verdad.

Decidimos cenar en la otra parte del resort, en Saaitara, un restaurante tipo bufet de comida local Yao Yai. Probamos todo lo que había, arroz salteado, brochetas de pollo, paquetitos de arroz y carne envueltos en hojas de platanero, y un sin fin de platos picantes. Había tantos postres que nos hubiésemos quedado a vivir allí.
Había un espectáculo musical durante la cena, un dúo tipo Pimpinela cantando un poco de todo, pero con la peor voz que podáis imaginaros. Nos estuvimos riendo un buen rato y volvimos a nuestra villa.
Un baño nocturno bajo las estrellas oyendo los ruidos de la selva y caímos rendidos.
