Islandia día 12
De Hella a Reykjavík
CASAS DE TURBA EN KELDUR – ÁREA GEOTERMAL DE REYKJADALUR – REYKJAVÍK – HOTEL FRÓN
4 DE JUNIO DE 2019
En el comedor de Fagrabrekka Guesthouse nos esperaba la anfitriona con zumos recién exprimidos, mermeladas caseras, quesos y embutidos locales, bizcochos recién hechos, café, chocolate y un sinfín de cosas más. Uno de los mejores desayunos que tomamos en este viaje. Ella estuvo preguntándonos de qué zona de España éramos, ya que había estado un par de veces en nuestro país. Fue muy simpática y estuvo recomendándonos sitios de Reykjavík para comer y visitar.
Mientras desayunábamos vimos que Landmannalaugar ya estaba abierto al tráfico de 4×4 y estuvimos valorando si cambiar la ruta y acercarnos a verlo. Pero las 2 h de trayecto de ida y otras tantas de vuelta, una ruta de senderismo de unas 2 ó 3 horas y nuestro cansancio acumulado nos hizo decidir seguir con lo planeado y dejar esa zona en las tierras altas para la siguiente visita al país.
Nos despedimos regalándole a la dueña nuestro penúltimo paquete de jamón ibérico. La señora no sabía cómo agradecérnoslo y nos regaló unas guías de Reykjavík.

Fuimos directos a las casas de turba en Keldur, llegamos demasiado pronto por lo que el acceso estaba cerrado. Esperando vimos unos paneles y nos sorprendimos al ver que las habían convertido en un museo de pago y para verlas te acompañaba un guía. Entre el vendaval que hacía y que no nos apetecía mucho verlas así, decidimos seguir nuestro camino.
Después de unos 70 km llegamos a la zona geotermal de Reykjadalur, en Hveragerði. Aparcamos cerca del acceso junto a la decena de coches que ya había allí. El sendero que lleva hasta la zona del río acondicionada para el baño es de 3 km de ida con una desnivel bastante acusado. Adelantamos a bastante gente que iba poco preparada y estamos seguros que más de uno dio media vuelta, ya que no llegamos a verlos ni en los baños ni a la vuelta.

A nosotros también nos costó lo nuestro llegar, pero nos sorprendió la buena forma física que teníamos ya, a base de trotar durante los 12 días que llevábamos por el país. Subimos en 45 minutos, parando bastantes veces a hacer fotos del valle.
Por el camino hay varias pozas de fango burbujeante y fumarolas enormes que cubren el sendero. En un par de ellas el vapor de agua no te deja ver absolutamente nada y sólo esperábamos no tropezar y caer de bruces. Las gafas no ayudaban, se empañaban durante un buen rato con el cambio de temperatura.
Al llegar arriba había gente en las pozas más cercanas al acceso, pero la parte de arriba estaba vacía, así que allí nos fuimos. Había una especie de cambiadores, que no eran más que paneles de madera en forma de cruz. Nos pusimos los bañadores y nos metimos en el río.

El agua baja a 100 grados en alguna zonas y se mezcla con las aguas de escorrentía del deshielo, lo que hace que las pozas estén entre 40 y 60 grados. En la propia poza hay que tener cuidado porque las zonas más alejadas a los torrentes de agua fría llegan a quemar.
Después de sortear un par de corrientes de agua demasiado caliente, nos acomodamos en la orilla más cercana a la ladera de la montaña por donde cae el agua y estuvimos un buen rato relajándonos. Hacía un día espectacular, cielo completamente azul, la montaña verde intenso y nosotros a remojo.
Aguantamos unos 20 minutos hasta que el agua caliente nos dejó los dedos arrugados y medio mareados. Decidimos salir a secarnos al sol y comer algo mientras la ropa se secaba al aire en nuestro tenderete improvisado.

Comenzamos el descenso relajadísimos y contentos de haber venido aquí directamente. Nos cruzamos a mucha gente que subía y en un rato el río se iba poner impracticable. El aparcamiento estaba desbordado y ya había un autobús descargando gente. Salimos de allí pintando camino de Reykjavík.
Tardamos casi una hora en hacer los 50 km que había hasta el Hotel Frón, en el centro de Reykjavík. Teníamos reservado un apartamento en el edificio anexo al hotel, en la buhardilla que daba al patio interior. Decidimos coger también una plaza de aparcamiento porque aparcar en el centro es bastante complicado, así podíamos entrar y salir a nuestras excursiones más tranquilos.

Hicimos la última comida de campaña en la habitación, aquí se acababan las existencias de nuestra despensa y teníamos idea de comer y cenar los próximos días en restaurantes aprovechando que habíamos vuelto a la civilización. Descansamos un rato y salimos a recorrer el centro.
Reykjavík es una ciudad de edificios bajos, casas de madera coloridas y calles con árboles, llena de comercios, bares y cafés. Se pueden probar las especialidades de la isla en la mayoría de sus chulísimos restaurantes y comprar diseño nórdico en sus tiendas de artesanía y decoración. Es bastante cara pero encantadora, nosotros nos enamoramos de ella enseguida.
Bajamos por Laugavegur, una de las calles comerciales principales y en la que estaba la entrada de nuestro hotel, viendo las tiendas de decoración, entrando a las librerías que vuelven loco a Rafa y compramos un café para llevar en uno de las cafeterías más chulas que vimos, Kaffibrennslan.

Vimos Hallgrímskirkja a lo lejos mientras seguimos bajando hacia el casco viejo, donde están el parlamento (Alþingi) y la catedral luterana Dómkirkja, situados en un plaza preciosa junto al lago Tjörnin.
Recorrimos las calles adyacentes y subimos por Skólavörðustígur hasta llegar a los pies de la estatua de Leif Eriksson, hijo de Erik el Rojo, justo delante de Hallgrímskirkja. Es una imponente iglesia blanca símbolo de la ciudad y ubicada en lo alto de una colina. Su diseño recuerda las estructuras de columnas de basalto que habíamos visto a lo largo de nuestra ruta por Islandia.
Volvimos al hotel por


Aprovechamos para hablar con la familia, revisar las fotos de las cámaras y buscar algún sitio chulo para cenar. Aconsejados por @jalogual reservamos en Messinn para probar el pescado islandés.
A las 21 nos fuimos al restaurante en Lækjargata, entre el lago y el puerto. Estaba a reventar y a la gente que entraba detrás de nosotros le decían que ya no había más mesas, menos mal que teníamos reserva.
Cenamos sopa de langosta, crema de pescado, ensalada de la casa y una sartén de salmón. Nos pusieron rúgbraud con mantequilla, un pan de centeno típico de Islandia, y nos tomamos un par de cervezas locales. Todo delicioso, por el módico precio islandés de 14940 ISK/107€.
Después de la cenorra que nos metimos (aún se nos hace la boca agua al recordarla), fuimos a dar otro paseo hacia Hallgrímskirkja, haciendo un par de fotos chorras por el camino. Nos acostamos pronto ya que al día siguiente teníamos que estar a las 7:00 en Blue Lagoon y había casi una hora de camino.
